Cuentan que al Cine Teatro América recién inaugurado con la cinta “Los últimos días de Pompeya”, llegó un comerciante de la ciudad con su elegante Coche Faetón tirado por una hermosa jaca. Y estando el comerciante disfrutando su película, llegó al mismo sitio un automóvil lanzando sus bocanadas de humo y combustible. La jaca, ante la vecindad del monstruo moderno se creyó perdida y empezó a temblar de una manera desconcertante hasta que al fin, nerviosa y sin poder resistir más, emprendió desaforada carrera hasta que apareció toda maltrecha más allá de la población indígena de Camurica.
La fiebre por los automotores
prendió fuertemente en Ciudad Bolívar y comenzaron a llegar carros importados
de diferentes marcas, incluso “todoterreno” conocidos popularmente
como “Peep”
por el sonido de su bocina. Bocina de pera utilizaban todos los automóviles
hasta que llegó la bocina eléctrica de sonido más agudo y prolongado que
disgustaba y crispaba los nervios a las familias de naturaleza serena
acostumbradas al silencio bucólico. De
manera que la Inspectoría del Tránsito se vio presionada a prohibir el uso de la
bocina eléctrica, como entonces se llamaba, e imponer multas a quienes la usaran.
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