domingo, 16 de junio de 2013

El impulsivo joven Calcaño


Al igual que Rufino Blanco Fombona y Alfredo Arvelo Larriva. Antonio José Calcaño también era un poeta de armas tomar, que tenía muy alta conciencia de los principios de la dignidad y el honor. 
Los poetas y escritores de la época, eran  muy susceptibles y apegados a los tradicionales principios del honor, lo que explica de algún modo los lances personales que comprometieron sus vidas en repetidas ocasiones.  De ese tiempo es la historia de Antonio José Calcaño, quien figura en la literatura venezolana como periodista y escritor. 
Calcaño estuvo un tiempo internado en la selva y vivió en Guasipati donde tuvo un encontronazo con el caudillo del Yuruari, General Anselmo Zapata Ávila.  Calcaño se sintió ofendido en un intercambio de palabras que sostuvieron y le vació un revólver sin que acertara un solo disparo.  Desde entonces se vino a vivir a Ciudad Bolívar donde contrajo matrimonio con María Ruiz, hija del médico José Ángel Ruiz y de cuya unión nació en Ciudad Bolívar, Mary Calcaño (María Asunción Calcaño Ruiz), la primera aviadora venezolana.
            Antonio José Calcaño publicó sus primeros poemas en “El Cojo Ilustrado”, que fueron recogidos luego en un volumen titulado “Versos de Juventud”. Fue un admirable sonetista, descriptivo y realista,  al estilo de Alfredo Arvelo Larriva.
            Según el crítico Jesús Semprún, los sonetos de Calcaño Herrera están saturados del perfume de la selva, señaladamente su “Canto a la selva” el cual compuso antes de abandonar el Orinoco en 1918 cuando regresó a Caracas, de la que se había ausentado a la edad de 16 años, atraído por el romanticismo guerrero de su paisano el Mocho Hernández.
            A su regreso a Caracas, Calcaño Herrera, junto con José Rafael Pocaterra, Leoncio Martínez (Leo) y Francisco Pimentel (Job Pim) participó en la fundación de la revista “Pitorreos” que tanto desagradó al Gobierno de Juan Vicente Gómez, hasta el punto de Antonio José Calcaño tener que ocultarse por un tiempo en el interior del país.  Su última obra fue  el “El Heraldo”, diario que fundó y dirigió hasta su muerte, ocurrida  en Caracas, el 19 de marzo de 1929, mucho antes que el fallecimiento de Zapata, a quien no pudo matar durante el lance personal que tuvieron.
            Se decía entonces que el general Anselmo Zapata Ávila, estaba tan bien ensalmado y que ni coquito lo picaba.  La leyenda se tejió popularmente en el Yuruari porque Zapata nunca fue tocado en las batallas de la guerra legalista ni en la Libertadora, tampoco por las balas disparadas contra él, en lances personales por el General Santiago Rodil, siendo Gobernador del Territorio Federal Yuruari, luego por su propio hermano Simón Zapata Ávila y mucho antes, 1916, en Tupuquén por Juan Hernández.  
            He aquí lo que comenta Horacio Cabrera Sifontes en su libro “Guayana y el Mocho Hernández” al referirse al lance que sostuvo El General Anselmo Zapara con el poeta y escritor Antonio José Calcaño:  Es posible que Zapata dominara todo este arte (el arte de disparar con certitud) porque oportunidades tuvo de practicarlo todo con amigos expertos y profesionales. Pues lo que asombraba a la gente del pueblo era precisamente que a Zapata no le pegaban las balas ni en la guerra ni en sus numerosos desafíos personales, a los cuales les hizo siempre gran honor. Por ejemplo, nuestro querido poeta de agreste numen, traductor de los pesares del Caroní, a quien la encachadura de un toro le figuraba "un paréntesis", y una vaca negra sombreando, fingía "una flaca y enlutada suegra, bajo el dosel muy verde de un paraguas", Antonio José Calcaño Herrera, quien además de vivir sus inspiraciones en Guayana tuvo que jugar las cartas del peligro, se batió con Zapata en Guasipati.  Se sintió ofendido y le vació todo el revólver sin acertar un tiro”.

            

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