Al igual que
Rufino Blanco Fombona y Alfredo Arvelo Larriva. Antonio José Calcaño también
era un poeta de armas tomar, que tenía muy alta conciencia de los principios de
la dignidad y el honor.
Los poetas y escritores de la época, eran muy susceptibles y apegados a los
tradicionales principios del honor, lo que explica de algún modo los lances
personales que comprometieron sus vidas en repetidas ocasiones. De ese tiempo es la historia de Antonio José
Calcaño, quien figura en la literatura venezolana como periodista y
escritor.
Calcaño estuvo un tiempo internado en la selva y vivió en Guasipati
donde tuvo un encontronazo con el caudillo del Yuruari, General Anselmo Zapata
Ávila. Calcaño se sintió ofendido en un
intercambio de palabras que sostuvieron y le vació un revólver sin que acertara
un solo disparo. Desde entonces se vino
a vivir a Ciudad Bolívar donde contrajo matrimonio con María Ruiz, hija del
médico José Ángel Ruiz y de cuya unión nació en Ciudad Bolívar, Mary Calcaño
(María Asunción Calcaño Ruiz), la primera aviadora venezolana.
Antonio José Calcaño publicó sus
primeros poemas en “El Cojo Ilustrado”,
que fueron recogidos luego en un volumen titulado “Versos de Juventud”. Fue un admirable sonetista, descriptivo
y realista, al estilo de Alfredo Arvelo
Larriva.
Según el crítico Jesús Semprún, los
sonetos de Calcaño Herrera están saturados del perfume de la selva,
señaladamente su “Canto a la selva”
el cual compuso antes de abandonar el Orinoco en 1918 cuando regresó a Caracas,
de la que se había ausentado a la edad de 16 años, atraído por el romanticismo
guerrero de su paisano el Mocho Hernández.
A su regreso a Caracas, Calcaño
Herrera, junto con José Rafael Pocaterra, Leoncio Martínez (Leo) y Francisco
Pimentel (Job Pim) participó en la fundación de la revista “Pitorreos” que tanto desagradó al Gobierno de Juan Vicente Gómez,
hasta el punto de Antonio José Calcaño tener que ocultarse por un tiempo en el
interior del país. Su última obra
fue el “El Heraldo”, diario que fundó y dirigió hasta su muerte,
ocurrida en Caracas, el 19 de marzo de
1929, mucho antes que el fallecimiento de Zapata, a quien no pudo matar durante
el lance personal que tuvieron.
Se decía entonces que el general
Anselmo Zapata Ávila, estaba tan bien ensalmado y que ni coquito lo
picaba. La leyenda se tejió popularmente
en el Yuruari porque Zapata nunca fue tocado en las batallas de la guerra
legalista ni en la Libertadora, tampoco por las balas disparadas contra él, en
lances personales por el General Santiago Rodil, siendo Gobernador del
Territorio Federal Yuruari, luego por su propio hermano Simón Zapata Ávila y
mucho antes, 1916, en Tupuquén por Juan Hernández.
He aquí lo que comenta Horacio
Cabrera Sifontes en su libro “Guayana y el Mocho Hernández” al referirse al
lance que sostuvo El General Anselmo Zapara con el poeta y escritor Antonio
José Calcaño: “Es posible que Zapata dominara todo este arte (el
arte de disparar con certitud) porque oportunidades
tuvo de practicarlo todo con amigos expertos
y profesionales. Pues lo que asombraba a la gente del pueblo era precisamente que a Zapata no le pegaban las balas
ni en la guerra ni en sus numerosos desafíos
personales, a los cuales les hizo siempre gran honor. Por ejemplo, nuestro querido poeta de agreste numen,
traductor de los pesares del Caroní, a quien la encachadura de un toro le figuraba "un paréntesis", y una
vaca negra sombreando, fingía "una flaca y enlutada suegra, bajo el dosel
muy verde de un paraguas", Antonio José
Calcaño Herrera, quien además de vivir sus inspiraciones en Guayana tuvo que
jugar las cartas del peligro, se batió con Zapata en Guasipati. Se sintió ofendido y le vació todo el
revólver sin acertar un tiro”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario