La Ciudad
Bolívar de 1910, impresionada por los libros de Camilo Flanmarión, las crónicas
de Ambrosio Paré y las del ruso Serge Borodonowsky, vivió atemorizada al
asomarse la presencia del Halley, astro errante que nos visita cada 76 años.
Estos señores decían que a medida que se acercara a la atmósfera terrestre
provocaría grandes catástrofes telúricas. Particularmente, Flanmarión
especulaba que la humanidad podría morir de alegría por la influencia magnética
de la electricidad de que está cargada la cauda del cometa.
El astro errante se anunciaba para
abril y ya a finales de enero el Bachiller Ernesto Sifontes, aficionado a la
astronomía, tenía instalado su telescopio en la azotea morisca del Colegio
Nacional (Casa del Congreso de Angostura), donde también dictaba clases. Esta afición la había heredado del padre del
poeta Héctor Guillermo Villalobos, director del Colegio Federal.
La aparición del Cometa Halley se
viene registrando desde 240 años antes de Cristo. Luego apareció en el año 163, en el 87 y en
el año 11 cuando lo vieron como la estrella de Belén que orientó a los Reyes
Magos. Después de Jesucristo, apareció
25 veces. Seguidamente, en 1835, 1910 y
más recientemente en 1985.
Es el único cometa excomulgado y lo fue en
el año 1456 por anatema de Calixto III, Papa que hizo tocar el Angelus del
mediodía, para contrarrestar la victoria de los sarracenos contra los
cristianos.
El bachiller Ernesto Sifontes
comenzó a observarlo desde la madrugada del 16 de abril, a las 4 horas de la mañana, hasta las 6 cuando desaparecía
a causa del resplandor del Sol. Se
presentaba brillando en su núcleo como una estrella de tercera, siempre con su
cola opuesta al astro rey. Durante sus observaciones
el Bachiller Ernesto Sifontes utilizaba un cronómetro inglés marca “Luis
Casartelli” fabricado en Liverpool para precisar la hora, sin error de segundo,
en que la cola de este singular astro descubierto por Halley en 1682, arrasaría
la Tierra, pero nada ocurrió, los habitantes del planeta aspiraron otro aire y
nuevamente los envolvió el manto de la tranquilidad.
La cola se acercó a la Tierra y nada
catastrófico pasó en Venezuela ni en el mundo. Tampoco aquí en
Ciudad Bolívar, a menos que se le
quieran atribuir sucesos relativamente menores como el desquiciamiento mental
de un negro inglés y el incendio registrado esos días en un vapor surto en el
Orinoco. El pobre negro de nombre
William que trabajaba en la caleta, improvisó un larga-vista de cartón y desde
entonces hasta que murió hurgaba el cielo a toda hora tratando de localizar a “Mister Halley”, como lo llamaba el poeta
Diego Alberto Blanco, tertuliano de Vargas Vila, Manuel Barazarte y Andrés
Mata.
El poeta Diego Alberto Blanco, padre
del doctor Adán Blanco Ledesma, quien fue cronista oficial de Ciudad Bolívar,
escribió este soneto titulado “Míster Halley”, dedicado al doctor
Cabrera Malo, quien fue ministro del Gobierno de Cipriano Castro y se hospedaba
entonces, ya desprendido del gobierno, en el Hotel Guevara: “Tenemos la amenaza del Cometa / El astro
pavoroso y vagabundo / que dada la opinión de un gran profeta / tal monstruo
acabará con este mundo / Cuando Halley, veloz como saeta / y en viaje celestial
sport jocundo / tropiece con la costra del planeta / ¡A morir chicharrados y
sitibundos! / Pero nada temáis que
nuestras beatas / se saben las horribles profecías / A sus santos consagran
letanías / y los héroes soltando sus bravatas / esperan el jorungo entre
cañazas / para darle tan sólo mil planazos”.
La revista quincenal de
Edmundo van der Biest, reseñó: “Halley, toda una decepción. Pasó sin pena ni gloria. La flamígera cola que se pensó arrasaría
todo, se torció y resultó más corta y vaporosa que lo presumido. Entonces, los vaticinadores y astrólogos
comenzaron a perdonarnos la vida” (AF).
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