Aunque pocos lo
crean, las compañías mineras de El Callao eran tan productivas y eficientes que
llegaron a administraron el Presupuesto de Ingresos y Gastos Públicos del
Estado Bolívar. El Gobierno, por lo
visto, era mal administrador y, por tanto, no le alcanzaban los reales para
resolver los problemas o necesidades públicas.
Pues bien, dada esa anómala circunstancia, los directivos de la
compañía aurífera asumieron esa responsabilidad partir del trienio
constitucional del General de División Martín Davalillo que, por cierto, no
concluyó su mandato debido a que
intempestivamente renunció desde Upata en el curso de una gira administrativa
por el interior de Guayana. No le
quedaba al pobre otra alternativa.
El
que las compañías que explotaban las
ricas minas auríferas de El Callao, administraran el Presupuesto del Estado
resultó como solución salomónica al conflicto surgido entre el Poder
Ejecutivo Regional y las concesionarias
mineras por la carga impositiva virtualmente onerosa a que obligaba el
reiterado y nunca enjugado déficit presupuestario.
Los
decretos del conflicto establecían impuestos adicionales sobre concesiones
mineras no explotadas, el oro en bruto extraído y enviado a Ciudad Bolívar para
su exportación y sobre algunos terrenos agrícolas en poder de las compañías.
Los
representantes de las empresas auríferas de El Callao entre ellas, las de Potosí,
Mocupia, New York, Caratal y Chocó, propusieron al Ejecutivo mediante
convenio, formar una Compañía de Crédito Público con el
objeto de proveer al Tesoro del Estado los fondos necesarios para cubrir
totalmente el presupuesto del año, sin el contratiempo de las insuficiencias
que llevaban frecuentemente al ejecutivo a pedir prestado a las casas
mercantiles. Así fue aceptado por el
gobierno regional a partir de marzo de 1877.
Para
ello el Gobierno se comprometió a poner semanalmente a disposición de la Compañía de
Crédito Público todos los
ingresos al Tesoro del Estado, incluyendo los que tenía en caja para la fecha, pero también las deudas
pendientes con las casas mercantiles.
Todo cuanto percibiera la
Compañía de Crédito Público por parte del tesoro del
estado sería destinado a la cobertura
del presupuesto en un 80 por ciento y el 20 por ciento restante quedaría en fondo para créditos y
amortización de billetes emitidos y permitidos.
Si
el 80 por ciento de lo ingresado por el Tesoro a la Compañía no resultaba suficiente para satisfacer el
pago del Presupuesto del Estado, la Compañía de Crédito
Público debía cubrir el déficit. El
Presupuesto anual del Estado de Guayana estaba entonces por el orden de los 54
mil venezolanos y con el mismo se cubrían los gastos de funcionamiento del Poder Ejecutivo, Poder Judicial,
Tesorería del Estado, Inspectoría de Minas, Instrucción Pública, Gastos de
Imprenta, Pensiones, Correos, sueldos de la Banda Piar ,
adquisiciones, fiestas nacionales y patronales y la dieta y viáticos de los
diputados a la
Asamblea Legislativa.
El
gobierno pagaba a la compañía por concepto de administración el 2 por ciento
sobre las cantidades erogadas mensualmente y cuando a la hora de corte de
cuentas el saldo resultaba desfavorable al Tesoro Público, se cubría con el
impuesto ordinario sobre las minas.
Estas
empresas mineras, accionarias de la
Compañía de Crédito Público, explotaban parte de las 95 minas
pertenecientes a la
Compañía Minera Unión que el año anterior (1876) había fundado como accionistas, Antonio Liccioni en calidad de
Presidente; J. B. Tavera Acosta, como
vicepresidente; M. A. Troconis, José W.
Navarro, Luis. N. Nyer, Antonio Liccioni hijo;
Merizo Palazzi, Domingo Caninacci, Domingo y Pedro Battistini, con un
capital de 14.400 venezolanos. Tales minas fueron adquiridas por un precio menor –12 mil venezolanos- a
Felipe Bigott.
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