El Capitolio fue
casi siempre el punto de ignición de los levantamientos militares. Allí también, además de Pío Rebolledo
contra el Comandante de Armas, Manuel
Castrillo Valdez, se alzó al grito de “Mueran los andinos” en mayo de
1902, el entonces Coronel Ramón Cecilio
Farreras, en combinación con fuerzas civiles lideradas por Francisco (Pancho)
Contasti Gerardino, quien tenía su residencia en la llamada Casa
de Tejas del Zanjón y un restaurante llamado “La India”. Ramón Cecilio
Farreras, se convirtió así en Jefe Civil y Militar de Guayana y entregó la
plaza a la Revolución Libertadora cuyo
comandante el General Manuel Antonio Matos, lo ascendió a General desde el
exilio, pues fue el General Nicolás Rolando, quien ejerció la comandancia en
Ciudad Bolívar.
La plaza fue recuperada por el
Gobierno de Cipriano Castro en julio de
1903 después de 50 horas de sangriento combate entre 3.500 soldados del
Gobierno y 2.000 de la Revolución con saldo de 600 muertos, un número mayor de
heridos y 240 prisioneros, entre ellos, el célebre poeta José Ignacio Potentini. El Cuartel del Capitolio fue el ultimo en
rendirse y casi toda la oficialidad fue hecha prisionera. Muchos se libraron de
la prisión eludiendo la acción de captura, incluyendo al general Ramón Cecilio
Farreras, no obstante el extremado interés del gobierno por aprehenderlo,
incluso tomando como rehenes a su padre, el educador Juan Bautista Farreras y a
un hermano de éste llamado Eugenio Farreras.
Pero aun así, Farreras no se entregó
ni udo ser capturado de inmediato, el oficial se resguardó muy bien y dio
pábulo a la conseja callejera según la cual
se lo había “tragado la tierra”. ¿Dónde se escondió Farreras? Se
tejieron entonces varias conjeturas convertidas en leyendas al correr de los
días; una hablaba de su ocultación en el entrepiso de una habitación de su
propia casa, la cual requisaban
periódicamente los esbirros del gobierno; otra, un tanto vampiresa que lo ponía
a dormir durante el día en un sepulcro de los Golindano, y de noche muy
despierto estirando las piernas y comiendo lo que le llevaba un amigo
sepulturero de apellido Basanta. Corrió también una versión recogida por Héctor Guillermo Villalobos en
su “Romance
de la ronda
….chasqueada” según la cual Ramón Cecilio
Farreras, con guerrera de soldado, canana, peinilla y cinturón, se
sumaba astutamente al piquete que salía en ronda nocturna por toda la ciudad
husmeando calles y requisando casas en su busca.
Lo cierto es que cuando pudo salir
de la ciudad, a bordo de un bote que aguas abajo lo llevaría hasta Trinidad, se
detuvo, creyéndose a salvo, en los Caños del Bajo Orinoco, entregándose a
jolgorios que le complicaron su existencia de fugitivo. Allí fue denunciado y
hecho preso por el Gobierno del Estado.
Juzgado por un Consejo de Guerra en
marzo de 1904, Farreras fue condenado a diez años de presidio en el Castillo
Libertador de Puerto Cabello, junto con su padre Juan Bautista Farreras y su
tío Eugenio Farreras. Estos últimos, uno tras otro, mueren en prisión en el
curso de cuatro meses. El cadáver de su padre, por tres días, permaneció ante
la puerta de la celda del hijo, a quien le pusieron una vela en las manos para
que lo velara.
Liberado después de la caída de
Castro (marzo de 1909), regresó a Ciudad Bolívar donde fue recibido como héroe
en medio del alborozo popular, situación que indispuso al Gobierno gomecista
hasta el punto de confinarlo en Mérida, donde falleció el 8 de diciembre de
1921. (Foto del
Capitolio, antiguo cuartel militar de Ciudad Bolívar).
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