lunes, 24 de junio de 2013

La Ronda chasqueada


El Capitolio fue casi siempre el punto de ignición de los levantamientos militares.  Allí también, además de Pío Rebolledo contra  el Comandante de Armas, Manuel Castrillo Valdez, se alzó al grito de “Mueran los andinos” en mayo de 1902,  el entonces Coronel Ramón Cecilio Farreras, en combinación con fuerzas civiles lideradas por Francisco (Pancho) Contasti Gerardino, quien tenía su residencia en la llamada Casa de Tejas del Zanjón y un restaurante llamado “La India”. Ramón Cecilio Farreras, se convirtió así en Jefe Civil y Militar de Guayana y entregó la plaza a la Revolución Libertadora  cuyo comandante el General Manuel Antonio Matos, lo ascendió a General desde el exilio, pues fue el General Nicolás Rolando, quien ejerció la comandancia en Ciudad Bolívar.
            La plaza fue recuperada por el Gobierno de Cipriano Castro  en julio de 1903 después de 50 horas de sangriento combate entre 3.500 soldados del Gobierno y 2.000 de la Revolución con saldo de 600 muertos, un número mayor de heridos y 240 prisioneros, entre ellos, el célebre poeta José Ignacio Potentini.  El Cuartel del Capitolio fue el ultimo en rendirse y casi toda la oficialidad fue hecha prisionera. Muchos se libraron de la prisión eludiendo la acción de captura, incluyendo al general Ramón Cecilio Farreras, no obstante el extremado interés del gobierno por aprehenderlo, incluso tomando como rehenes a su padre, el educador Juan Bautista Farreras y a un hermano de éste llamado Eugenio Farreras.
            Pero aun así, Farreras no se entregó ni udo ser capturado de inmediato, el oficial se resguardó muy bien y dio pábulo a la conseja callejera según la cual  se lo había “tragado la tierra”. ¿Dónde se escondió Farreras? Se tejieron entonces varias conjeturas convertidas en leyendas al correr de los días; una hablaba de su ocultación en el entrepiso de una habitación de su propia casa, la cual  requisaban periódicamente los esbirros del gobierno; otra, un tanto vampiresa que lo ponía a dormir durante el día en un sepulcro de los Golindano, y de noche muy despierto estirando las piernas y comiendo lo que le llevaba un amigo sepulturero de apellido Basanta. Corrió también una versión  recogida por Héctor Guillermo Villalobos en su “Romance de la ronda
….chasqueada” según la cual Ramón Cecilio  Farreras, con guerrera de soldado, canana, peinilla y cinturón, se sumaba astutamente al piquete que salía en ronda nocturna por toda la ciudad husmeando calles y requisando casas en su busca.
            Lo cierto es que cuando pudo salir de la ciudad, a bordo de un bote que aguas abajo lo llevaría hasta Trinidad, se detuvo, creyéndose a salvo, en los Caños del Bajo Orinoco, entregándose a jolgorios que le complicaron su existencia de fugitivo. Allí fue denunciado y hecho preso por el Gobierno del Estado.
            Juzgado por un Consejo de Guerra en marzo de 1904, Farreras fue condenado a diez años de presidio en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, junto con su padre Juan Bautista Farreras y su tío Eugenio Farreras. Estos últimos, uno tras otro, mueren en prisión en el curso de cuatro meses. El cadáver de su padre, por tres días, permaneció ante la puerta de la celda del hijo, a quien le pusieron una vela en las manos para que lo velara.
            Liberado después de la caída de Castro (marzo de 1909), regresó a Ciudad Bolívar donde fue recibido como héroe en medio del alborozo popular, situación que indispuso al Gobierno gomecista hasta el punto de confinarlo en Mérida, donde falleció el 8 de diciembre de 1921. (Foto del Capitolio, antiguo cuartel militar de Ciudad Bolívar).



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