Todos y para todos deseamos
buen tiempo, y cuando el tiempo es malo, lo aconsejable es no destemplar el
rostro porque entonces el tiempo se lo come a uno. De allí tal vez el adagio común y preventivo
de “al mal tiempo buena cara”.
Afortunadamente en este “eterno país
de verano” como lo llamó Wulliam Eleroy Curtis, el tiempo malo es temporero y
quienes, en todo caso más lo sufren son
los navegantes de mar y cielo que para “torearlo” aumentaron y
multiplicaron las aplicaciones del giróscopo de pasadas embarcaciones y
establecieron además las radioayudas, faros y otros horizontes referenciales.
Los campesinos, menos sofisticados y
alejados de las invenciones, métodos modernos y de la información de observatorios y estaciones meteorológicas,
no tienen muchos problemas para saber cuándo habrá mal tiempo partiendo de que
siempre el tiempo es bueno en este lado del mundo. Por la regla ancestral que han impuesto la observación
y el contacto diario con la madre naturaleza, ellos saben que mientras por las
noches canten las tucumurrucas, los aguaitacaminos y los grillos, habrá buen
tiempo y que lo contrario sería si los bachacos, como en noche nupcial, se ven
muy activos desnudando a los árboles y las josefinas sin temor ofreciendo sus flores
lo mismo que los guamaches. Entonces es
seguro que el tiempo será malo porque también las chicharras al igual que un
payador, se verán cantando continuamente de día y de noche mientras un halo
amarillusco se empeña en hacer más atractiva a la diosa selenita de la tierra.
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