Todos saben que está muerto, que
murió hace unos cuantos años no se sabe cómo y dónde. Sólo se sintió su ausencia cuando en las
porterías de los espectáculos, los mozalbetes tuvieron éxito con sus cuentos y
argucias para burlar al taquillero y al portero colándose sin sacar del bolsillo
ni siquiera la cédula.
Para el común, Cachimbo nunca tuvo
nombre de pila (Ramón Guillén) y se duda si el remoquete se lo endilgaron por la
forma de su figura o si porque los humos de su oficio tan estricto y
severamente cumplido se le habían ido a la cabeza. Si estuviéramos en Perú quizás habría tenido
mayor justificación porque Cachimbo le dicen allá a los gendarmes y el Cachimbo
angostureño era todo un guardián montado en la puerta. Lo cierto fue que “Cachimbo” se quedó para
institucionalizar la portería como oficio que no admitía más entrada sino
aquella que tuviese como contrapartida el valor realmente estipulado para poder
disfrutar el espectáculo de cine, circo, teatro, boxeo, béisbol, hipismo o
fiesta bailable, pues en todos parecía estar Cachimbo ya que para desolación de
los pícaros juveniles, los empresarios del espectáculo se lo disputaban con
ofertas remunerativas que hacían de Cachimbo el portero mejor cotizado de
Venezuela. Cachimbo era garantía
absoluta de un balance real entre lo que entraba por taquilla y pasaba por la
puerta. No había porque preocuparse si
el espectáculo era gratuito o de otra condición, solo entraba quien debía, como
le ocurrió a Carvajal cuando llegó al estadio a la lección de gimnasia escolar,
que tuvo que quitarse pantalón y camisa en la puerta para que Cachimbo se
convenciera de que el short y la camiseta deportivas que llevaba correspondían
a la escuela de turno.
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