domingo, 21 de abril de 2013

"Gomecito" el de la SN


          Luis Fernández, recién se estrenaba en su otrora oficio de joyero, cuando un día de los años cincuenta lo visitó en su taller del Puerto de Las Chalanas, al lado del cine Río, el jefe local  de la Seguridad Nacional, a quien llamaban “Gomecito”, interesado en una cadena con la cual aspiraba halagar a don Pedro Estrada, así como un prendedor prometido a Doña Flor y una leontina para El Platinado, todo lo cual debía estar listo al cabo de una semana, cuando viajaría a Caracas como invitado muy especial del Gobierno.
            Fernández, por tratarse de un funcionario de su índole, puso empeño en el encargo.  Habilitó empleados y sacó fiado el oro, que entonces costaba cinco bolívares el gramo, y tal como fue convenido, a la semana, se presentó Gomecito a retirar los dorados objetos, prometiendo pagar tan pronto regresara de la capital.
            Muy difícil era, para un policía o funcionario público de aquel decenio tenebroso de la Seguridad Nacional, ser probo y honrado.  De manera que Fernández hizo tres intentos en vano para que Gomecito cancelara la factura y, al final optó, por darle ese trabajito tan penoso de cobrador a su comadre la señora Maurera, pero, sálvese quien pueda, el jefe de la Seguranal, histriónicamente, montó en cólera y ordenó a cuatro de sus agentes traer a su presencia al joyero de la calle de Las Chalanas.
            “De manera que usted pretende ridecularizarme comisionado a una mujer para cobrarme” – exclamó con acento admonitorio.  Pero Fernández  respondió que de ningún modo había sido simplemente él carecía de tiempo para continuar haciéndolo personalmente.
-         En ese caso entonces – lo interrumpió el Policía – yo sé cuando debo pagarle – y Fernández, bien aconsejado por lo que intuía, decidió dejar las cosas como estaban o, por lo menos, hasta que algún día cayera la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, como realmente ocurrió el 23 de enero de 1958.  Entonces, don Luis se armó de un Collins tres canales y no dejó rincón de la ciudad que no olfateara buscando la piel del arbitrario jefe de la Seguridad.
Finalmente, monseñor  Juan José Bernal Ortiz, Obispo de la Diócesis, lo aplacó diciéndole que los miembros de la Seguranal estaban detenidos en el cuartel militar que él hablaría con el comandante para ver si recuperaba el producto de su trabajo.
Así lo  hizo y Fernández fue citado ante el comandante y en su presencia fue traído Gomecito, quien reconoció la deuda, pero no tenía para cancelarla sino 500 bolívares depositados en la receptoría y 500 más de un Jeep que le había vendido a un oficial del mismo cuartel.
“¿Le sirve eso?”, le preguntó el comandante y Fernández respondió un tanto resignado:  “Qué vamos a hacer, cuando se hunde el barco hay que salvar aunque sea la guerra.”


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