Los tres Barrabás más recientes en
la memoria del venezolano seguramente que son el judío que así de verás se
llamaba y que según las escrituras sagradas fue preferido por una multitud en
lugar de Jesús para que Poncio Pilato le concediera la libertad en la fiesta de
Pascua; Rafael Serrano Toro, a quien la cárcel milagrosamente regeneró e hizo
miembro de la narrativa después de haber sido delincuente, y Jaime Teófilo
Hudson, cuyo único “delito” fue extraer de los aluviones del Icabarú una piedra
preciosa de 155 quilates, la más grande hasta ahora dada por Guayana, pero
también la de peor suerte pues la Casa Harry Winston de Nueva York la fraccionó
para mejor negocio.
Pero por este hallazgo precioso y
muy digno de un minero guayanés, Jaime Teófilo Hudson jamás estuvo preso, lo
que no quiere decir que no la haya estado.
Lo estuvo en Tumeremo por
piropear la mujer de un guardia nacional y una poblada, qué coincidencia, pidió
también su libertad y es que el negro calloense, no por llevar el nombre de
Jaime ni el apodo de Barrabás es querido en la Guayana de las leyendas
insondables sino porque realmente él simboliza la imagen y destino minero
tradicional, del que nada tiene y llega de súbito a tener mucho y al final se
rinde a la pobreza.
El Barrabás guayanés del hallazgo
del diamante que después de fraccionado y tallado fue vendido por más de 5
millones de dólares, murió pobre y sin sueños.
Sólo vivencias fantasmales como
las que poblaron el alma literaria de ese otro Barrabás llamado Rafael Serrano
Toro.
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