Américo Vespucci escribió haber
visto gigantes en la isla de Curazao.
Mujeres como Pentesilea y hombres como Antelo, “de tanta estatura que
cualquiera de ellos era tan alto de rodillas como uno a pie”. Un patagón habría resultado de la talla común
de un liceista ante aquellos descomunales seres que espantaron al navegante
florentino y a sus acompañantes en intento de capturar quinceañeras caquetías
en la antillana isla para llevarlas de muestra al Rey. Walter Raleigh venido después, no como
conquistador sino como pirata, también dijo haber visto en Guayana eres
fenomenales, sólo que no eran gigantes sino hombres sin cabeza, con la cara en el pecho y el cabello en los
hombros que habitaban en los ríos Aro y Caura.
Tales eran los “ewaipanomas” que asombraron al mundo; pero no habría
sido más que el producto de alucinaciones propias de quienes afiebrados por las
aventuras penetraban mundos ignotos y desconocidos, o tal vez fabulaciones
intencionadas para llamar la atención de los europeos, aunque bien algunos
seguidores de Erich Von Daniken podrían asegurar hoy que no trataba de una cosa
ni de otra sino de seres reales venidos de otros planetas. Lo cierto es que después de entonces nadie
más por esos lares ha visto almas tan extrañas. Los habitantes de Curazao no acusan
ascendientes herculeanos o como los vistos por Gulliver en Brobdingnad, altos
como una torre, que acrediten lo dicho por Vespucci; y en los territorios del
Aro y Caura los único sobrevivientes desde tiempo inmemorial no han sido que
otros que los e’ñapa o panare, tan normales físicamente como el resto de los
americanos.
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