En la casa donde sesionó desde el 15 de febrero de 1819 el Congreso de Angostura, funcionó después durante muchos años el Colegio Federal de Guayana que llegó en tiempos del presidente Joaquín Crespo a tener rango universitario. Aquí se doctoraron médicos, jurisconsultos y hasta sacerdotes y el día en que fue clausurado de un plumazo por el Presidente Cipriano Castro, se desplomó desde el frontispicio el busto del doctor José María Vargas.
Tal cual
como se desplomaron igualmente el 5 de julio de 1972 las cuatro esferas del
reloj de la Catedral
bajo una fuerte tempestad eléctrica, coincidencialmente cuando ocurría la
muerte del ex presidente Raúl Leoni, en Washington. La
Torre no estaba protegida con para-rayos ni tampoco con seda
que según la creencia de la gente espanta los rayos.
Hubo
entonce que mandar a fabricar otro reloj en Holanda y sus campanas cada cuarto
de hora acompasaban el coro del Himno del Estado Bolívar. La Torre tenía trece campanas:
cinco del reloj, tres viejas y cinco nuevas agregadas que operaban por un
sistema electrónico desde la
Sacristía porque el campanero dejó de subir a la torre de 44 metros desde que su
hijo Guillermo, de 14 años, al subir a dar un repique ritual a las tres de la
tarde, aprovechó la brisa para echar a volar su papagayo caminando por el techo
y cayó mortalmente desplomado sobre el altar mayor.
En septiembre de 2010, el reloj debido a
desperfectos volvió a ser sustituido por uno más moderno de múltiples cantos
sacros que pueden con buena brisa escucharse a dos kilómetros a la redonda.
A raíz de la tempestad eléctrica que acabó con los relojes
de la Catedral ,
se agotó la seda en las tiendas y todo el mundo andaba asustado ante el temor
de que fuese cierto lo pronosticado por el doctor José Nancy Perfetti, director
del Centro
de Geociencia de la
Universidad de Oriente. El había prevenido que sobre la ciudad se
desataría una tempestad seguida del
calor febril y acre que sofocaba al habitante.
Lo inaceptable para muchos era que todo un científico como el doctor
Perfetti recomendara para protegerse de los rayos, anudarse un lacito de seda
en los dedos gordos de los pies y las manos, además de uno en el cuello a
manera de collar. Para los incrédulos
era algo casi rayano en lo ridículo; sin embargo, muchos aceptaron porque
aparte de resguardarse bien en una casa con pararrayos, no había al parecer
otra alternativa. La advertencia
indicaba que la seda debía ser la pura que teje el gusano devorador de la
morera pues había de otra clase fabricada con filamentos de celulosa que en
ambiente electrizado podría trabajar al revés, pero por lo que se comentó
luego, la gente atemorizada no reparó en el detalle y agotó el stock que de
ambas clases tenían las tiendas. Miles
de rayos cayeron sobre la
Angostura del Orinoco y nunca ante Dios y los santos
vinculados al rayo y a la lluvia como San Isidro Labrador, recibieron mayor
número de plegarias. La empresa del
alumbrado eléctrico en prevención cortó el fluido hasta tanto pasara la
tempestad. La ciudad quedó bajo una
oscuridad tan sólo interrumpida por el vivo resplandor de los fucilazos. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa
que del vaticinio Perfetti y los resultados milagrosos de la seda toda vez que
nada se supo de persona alguna que hubiese sido fulminada por un rayo. Solo el Arzobispo Mata Cova se lamentaba de
no haberle colocado un lazo de seda a la torre de la Catedral pues una
centella había caído y dañado los relojes importados de Hamburgo el siglo
pasado.
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