En la Ciudad
Bolívar del siglo veinte fue siempre bien venerado y
respetado don Carlos Afanador, especialmente por sus alumnos José Francisco
Miranda como por los jóvenes del Alto Coro de la Catedral , entre quienes
destacaron las sopranos líricas Carolina y
Camila Dalla Costa de Beltrán; la soprano dramática Mercedes Tovar de
Figarella, la mezzo soprano Florinda Barazarte,
Santiago Sosa Jiménez, Inesita de Plaza Ponte, Salvador Calogero, Juan Bautista Marcano, José Francisco Hernández,
Juan Requesens, José Emázabal y
J. M. Yélamo.
Y así como cantaban en el Alto Coro de la Catedral igualmente lo
hacían en las veladas que ocasionalmente se organizaban en el Teatro
Bolívar a beneficio de alguna institución como los
Hospitales Ruiz y Mercedes o de los damnificados del Orinoco o de algún
terremoto como el que ocurrió el 28 de octubre de 1900 en Caracas que obligó al
Presidente Cipriano Castro lanzarse del balcón de la Casa Amarilla a
riesgo de lesionarse un tobillo como en verdad le sucedió. En esa ocasión los bolivarenses respondieron
y llenaron el Teatro a beneficios de los damnificados de Caracas. Don Antonio
Liccioni pagó en esa ocasión dos onzas de oro por un palco para
regocijarse en “El Templo de Talía” con el espectáculo de la Compañía de Zarzuela que
había contratado el empresario Emilio Blen, en un intento por normalizar las
funciones en el Teatro inaugurado en 1883 pero que llevaba tiempo cerrado.
Lo cierto de todo esto es que los
bolivarenses se asombraron cuando don Antonio Liccioni que entonces se
pavoneaba en un coche Victoria tirado por dos hermosos caballos de raza, pagó
dos onzas de oro por un palco en el Teatro Bolívar. Nunca antes había ocurrido y él podía hacerlo
porque era el Presidente de la
Compañía del Oro en el Callao. La Compañía de Zarzuela tuvo que entregarse por
completo para dar un espectáculo que fue objeto de comentario durante mucho
tiempo en la ciudad.
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