martes, 9 de julio de 2013

Dos onzas de oro por un palco


Cuando el órgano de la Catedral llegó de Londres, Carlos Afanador Real no había nacido, pero fue él quien más tiempo estuvo sobre sus pedales, tecleando desde finales del siglo diecinueve hasta muy avanzado el siglo veinte. Carlos Afanador Real, era liberal como su hermano José Afanador Real, incorporado al ejército liberal de Colombia. Se especializó en música sacra en el Conservatorio de Paris y de la ciudad luz trajo una batuta de ébano ribeteada de plata que su maestro Teodoro Lack le entregó en premio por su talento y brillante carrera. 
En la Ciudad Bolívar del siglo veinte fue siempre bien venerado y respetado don Carlos Afanador, especialmente por sus alumnos José Francisco Miranda como por los jóvenes del Alto Coro de la Catedral, entre quienes destacaron las sopranos líricas Carolina y  Camila Dalla Costa de Beltrán; la soprano dramática Mercedes Tovar de Figarella, la mezzo soprano Florinda Barazarte,  Santiago Sosa Jiménez, Inesita de Plaza Ponte,  Salvador Calogero,  Juan Bautista Marcano, José Francisco  Hernández,  Juan Requesens, José Emázabal y  J. M. Yélamo.
Y así como cantaban en el Alto Coro de la Catedral igualmente lo hacían en las veladas que ocasionalmente se organizaban en el Teatro Bolívar  a beneficio de alguna institución como los Hospitales Ruiz y Mercedes o de los damnificados del Orinoco o de algún terremoto como el que ocurrió el 28 de octubre de 1900 en Caracas que obligó al Presidente Cipriano Castro lanzarse del balcón de la Casa Amarilla a riesgo de lesionarse un tobillo como en verdad le sucedió.  En esa ocasión los bolivarenses respondieron y llenaron el Teatro a beneficios de los damnificados de Caracas.  Don Antonio  Liccioni pagó en esa ocasión dos onzas de oro por un palco para regocijarse en “El Templo de Talía” con el espectáculo de la Compañía de Zarzuela que había contratado el empresario Emilio Blen, en un intento por normalizar las funciones en el Teatro inaugurado en 1883 pero que llevaba tiempo cerrado.
            La Compañía estaba recién llegada a la ciudad y la integraban 36 artistas, entre ellas, la célebre Pilar Delgado y Lolita Padrón.  Cuatro primeras tiples, 2 tenores, 2 barítonos, tenor y bajo cómico, coro y orquesta.  Debutó con rotundo éxito los días sábado 6 y domingo 7 de octubre con  La Mascotta, Marina y las Tentaciones de San Antonio;  las zarzuelas  Guerra Santa, La Bruja, La Cara de Dios y la ópera Caballería Rusticana.  Después presentó un espectáculo a beneficio de los damnificados del Terremoto, pero el empresario Emilio Blen presentó malas cuentas y el señor Manuel Pérez Padrón, representante de la Compañía de Zarzuela, rescindió el contrato y decidió formar una Sociedad Artística para continuar actuando en el Teatro Bolívar.  Al efecto, la Junta Directiva del Teatro, presidida por  Guillermo Natera e integrada por Carlos García Romero y Elías Guerra, decidió igualmente declarar sin efecto el contrato que por otra parte tenía con el señor Blen y accedió a la solicitud de la Sociedad Artística, la que reanudó las presentaciones el jueves 22 de noviembre con la obra “Los Magyanes” y “Toros de punta”.
            Lo cierto de todo esto es que los bolivarenses se asombraron cuando don Antonio Liccioni que entonces se pavoneaba en un coche Victoria tirado por dos hermosos caballos de raza, pagó dos onzas de oro por un palco en el Teatro Bolívar.  Nunca antes había ocurrido y él podía hacerlo porque era el Presidente de la Compañía del Oro en el Callao.  La Compañía de Zarzuela tuvo que entregarse por completo para dar un espectáculo que fue objeto de comentario durante mucho tiempo en la ciudad.



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