domingo, 30 de junio de 2013

A Castro se le voltearon los amigos

El General Celestino Peraza, el autor de “Los Piratas de la sabana” y “Leyendas del Caroní”, guariqueño, durante muchos años internado en las minas auríferas del Yuruari donde tenía concesiones y tiempo bien administrado para sus ejercicios intelectuales, fue amigo de Cipriano Castro y como tanto otros, incluyendo a su compadre Juan Vicente Gómez, se le volteó y se le alzó con las armas en las manos y disidente al fin, armado y activo, tuvo que ser perseguido a sangre y fuego hasta ser capturado y conducido a prisión.
Efectivamente, nos cuentan que en un  rancho de paja de Felipe Bayola, fue capturado en mayo de 1901 luego de alzarse con ochenta hombres armados contra el Gobierno de su otrora amigo Cipriano Castro.  Días antes, dos de sus hombres de confianza, los generales Rómulo Mannuit  e Ismael Ovalles, también habían corrido la misma suerte.  Los tres fueron internados en la Cárcel colonial de Ciudad Bolívar y enviado luego al Castillo de Puerto Cabello.
            Celestino Peraza, militar, escritor y político, nativo de Chaguaramas (1850), estuvo vinculado a Guayana, asentado en la región del Yuruary, cuando ésta era territorio federal.  Ostentaba una concesión aurífera extensa que llegaba hasta el Cuyuní la que no llegó a explotar.
            No estuvo de acuerdo con la Revolución Legalista de Joaquín Crespo que tuvo como aliados exitosos en Guayana al Mocho Hernández y Domingo Sifontes.  Para hacerse sentir y difundir sus ideas opositoras, adquirió una Washington Press semejante a la prensa del Correo del Orinoco.  La adquirió con un crédito que le concedió la casa mercantil de Canignnaci y Liccioni, donde editó “Horizontes”, revista divulgadora de sus relatos, denuncias de los problemas sociales, políticos, mineros de El Callao, y en la que planteaba reiteradamente la necesidad de reintegrar el territorio yuruanrense a la jurisdicción político territorial del Estado.
            Cuando el asalto al Correo del Oro, encabezó la comisión que realizó las pesquisas y capturó a los delincuentes, entre ellos, a un hacendado de Guasipati, autor intelectual y material del hecho.  Este episodio escandaloso en la vida bucólica y minera de El Callao, lo llevó a escribir su novela “Los Piratas de la sabana”, así como otras vivencias de la selva: “El Muerto de la Carata” y “Leyendas del Caroni”,ambientada en cada uno de los pueblos misioneros, como El Palmar, cuyo patrono San Miguel, talla de madera desde tiempos de la colonia, presentaba el defecto de una barriga muy pronunciada que al final resultó ser el botín de un buen caudal de morocotas del que los feligreses se apropiaron creyendo que se trataba de un milagro cuando el santo patrón  cayó al suelo desde un mesón estremecido por un tumulto en pánico a causa de una invasión de avispas “mata caballos” guarecidas e inadvertidas en una carabela hallada circunstancialmente por un labriego y llevada al cura para que dispusiera su entierro.
             Además de su paso por Guayana, Celestino Peraza figura en la historia como  Gobernador de los Estados Guárico y del Táchira (1899) .Secretario General de la Presidencia de Castro y Ministro de Fomento aunque después se rebeló contra él hasta ir a parar al castillo de Puerto Cabello.  Hizo activa vida pública en Falcón y terminó su vida en Villa de Cura, invidente y arruinado, el 30 de noviembre de 1930, a pesar de haber usufructuado una de las concesiones mineras más ricas de El Callao. Había  Compañías Mineras tan bien gerenciadas, que en 1888 llegaron a administrar el Presupuesto del Estado con la anuencia total del Gobernador de turno.



sábado, 29 de junio de 2013

Presupuesto del Estado en manos mineras

Aunque pocos lo crean, las compañías mineras de El Callao eran tan productivas y eficientes que llegaron a administraron el Presupuesto de Ingresos y Gastos Públicos del Estado Bolívar.  El Gobierno, por lo visto, era mal administrador y, por tanto, no le alcanzaban los reales para resolver los problemas o necesidades públicas.
Pues bien, dada esa anómala circunstancia, los directivos de la compañía aurífera asumieron esa responsabilidad partir del trienio constitucional del General de División Martín Davalillo que, por cierto, no concluyó  su mandato debido a que intempestivamente renunció desde Upata en el curso de una gira administrativa por el interior de Guayana.  No le quedaba al pobre otra alternativa.
            El que las compañías  que explotaban las ricas minas auríferas de El Callao, administraran el Presupuesto del Estado resultó como solución salomónica al conflicto surgido entre el Poder Ejecutivo  Regional y las concesionarias mineras por la carga impositiva virtualmente onerosa a que obligaba el reiterado y nunca enjugado déficit presupuestario.
            Los decretos del conflicto establecían impuestos adicionales sobre concesiones mineras no explotadas, el oro en bruto extraído y enviado a Ciudad Bolívar para su exportación y sobre algunos terrenos agrícolas en poder de las compañías.
            Los representantes de las empresas auríferas de El Callao entre ellas, las de Potosí, Mocupia, New York, Caratal y Chocó, propusieron al Ejecutivo mediante convenio, formar una Compañía de Crédito Público con el objeto de proveer al Tesoro del Estado los fondos necesarios para cubrir totalmente el presupuesto del año, sin el contratiempo de las insuficiencias que llevaban frecuentemente al ejecutivo a pedir prestado a las casas mercantiles.  Así fue aceptado por el gobierno regional a partir de marzo de 1877.
            Para ello el Gobierno se comprometió a poner semanalmente a disposición de la Compañía de Crédito Público todos los  ingresos al Tesoro del Estado, incluyendo los que tenía en caja  para la fecha, pero también las deudas pendientes con las casas mercantiles.  Todo cuanto percibiera la Compañía de Crédito Público por parte del tesoro del estado  sería destinado a la cobertura del presupuesto en un 80 por ciento y el 20 por ciento  restante quedaría en fondo para créditos y amortización de billetes emitidos y permitidos.
            Si el 80 por ciento de lo ingresado por el Tesoro a la Compañía  no resultaba suficiente para satisfacer el pago del  Presupuesto  del Estado, la Compañía de Crédito Público debía cubrir el déficit.  El Presupuesto anual del Estado de Guayana estaba entonces por el orden de los 54 mil venezolanos y con el mismo se cubrían los gastos de funcionamiento  del Poder Ejecutivo, Poder Judicial, Tesorería del Estado, Inspectoría de Minas, Instrucción Pública, Gastos de Imprenta, Pensiones, Correos, sueldos de la Banda Piar, adquisiciones, fiestas nacionales y patronales y la dieta y viáticos de los diputados a la Asamblea Legislativa.
            El gobierno pagaba a la compañía por concepto de administración el 2 por ciento sobre las cantidades erogadas mensualmente y cuando a la hora de corte de cuentas el saldo resultaba desfavorable al Tesoro Público, se cubría con el impuesto ordinario sobre las minas.
            Estas empresas mineras, accionarias de la Compañía de Crédito Público, explotaban parte de las 95 minas pertenecientes a la Compañía Minera Unión que el año anterior (1876)  había fundado como accionistas,  Antonio Liccioni en calidad de Presidente;   J. B. Tavera Acosta, como vicepresidente; M. A.  Troconis, José W. Navarro, Luis. N. Nyer, Antonio Liccioni hijo;  Merizo Palazzi, Domingo Caninacci, Domingo y Pedro Battistini, con un capital de 14.400  venezolanos.  Tales minas fueron adquiridas  por un precio menor –12 mil venezolanos- a Felipe Bigott.


viernes, 28 de junio de 2013

La Mano Negra del Yuruary



Hubo un tiempo en que las familias bolivarenses temblaban a la sola mención de la “Mano Negra” porque la misma era símbolo de fatalidad o muerte cuyas evidencias eran bien percibidas, pero no obstante se transformó en una leyenda similar al “Coco” para asustar a los niños.  “Te saldrá la Mano Negra, te atrapará y llevará por las greñas si no te portas bien”, solían decirle las madres o abuelas a lo muchachos malcriados.       Las generaciones actuales poco saben de ella.  Tal vez de un grupo musical francés de los 90 así llamado “La Mano Negra” que mezclaba el rock con otras canciones como la salsa y el flamenco.  Seguramente también habrán oído hablar de “La Mano Peluda” porque es una expresión muy utilizada por lo políticos actuales cuando no le encuentran explicación a una avería evidente, pero “La Mano Peluda” es un programa de terror de una radio que se emite en México y Estados Unidos sobre historias de terror,  fantasmas y espíritus.
            El nombre “La Mano Negra” ha sido tomado de una presunta organización anarquista secreta y violenta que actuó en Andalucía (España) a finales del siglo XIX a la que se le atribuyen asesinados, incendios de cosechas y edificios.
            El Estado Bolívar también tuvo su “Mano Negra” violenta de verdad en tiempos del dictador Juan Vicente Gómez.  Tal “La Mano Negra del Yuruary”  Sofía Fernández de Lezama, en una ocasión nos echó el cuento pues desde su infancia siempre oyó hablar de la famosa "Mano Negra del Yuruary" asociada a la Muerte de su tío Pedro José Fernández (en la foto), ocurrida el 22 de junio de 1920, arteramente, cuando dormía en un chinchorrro. Fue una muerte cruel y a mansalva consumada por una comisión de doce hombres armados de máuseres, al mando del coronel Alejandro Noguera Blanco. Estaba prácticamente sólo pues había despedido a sus hombres, resignado a dejar las guerrillas que comandaba contra el gomecismo.  Lo había decidido por insistencia de su hermano Juan Fernández Amparán, el mismo que tomó la fortaleza del Zamuro durante el último episodio de la Guerra Libertadora.
El asesinato de Pedro José Fernández, impune por parte de las instituciones encargadas de hacer justicia, encontró sanción, no obstante, en adherentes y amigos que se organizaron para hacer justicia por su propia mano, aunque se dice que fueron las Hermanas Montenegro quienes prepararon la venganza a través de lo que en Guayana se conoció como "La Mano Negra del Yuruari".    Uno a uno de los asesinos de Pedro José Fernández, fueron cayendo bajo el filo de la misteriosa mano incógnita y poderosa
Quedaba sólo el jefe civil Alanilla Ramos, quien a raíz de la muerte de Gómez huyó a Caracas socorrido por Matías Carrasco, sin saber que allá estaban residenciadas las Hermanas Montenegro, esperándolo con  su misterioso y largo brazo enlutado para pasarle factura.
Pedro José Fernández se había alzado contra Gómez luego que desconoció y persiguió la candidatura de José Félix Montes, quien aspiraba sustituirlo en el Poder una vez que se le venciera el período y se iniciara el de1914-1919.
La Candidatura presidencial  de Félix Montes había sido lanzada desde “El Pregonero” por el periodista Rafael Arévalo González  y respaldada en Guayana por el caudillo Pedro José Fernández, contrario a las intenciones continuista del hombre de la mulera, quien la consideró una provocación.  Arévalo González y sus colaboradores fueron encarcelados y el guayanés y académico Félix Montes huyó a Curazao y permaneció en el exilio hasta 1936.



miércoles, 26 de junio de 2013

Los caudillos del Yuruary


Zapata y el caribe Vidal
El Territorio Federal Yuruary, nutrido por la economía del oro calloense, estuvo durante muchos años dominado por dos caudillos castristas: el General Santiago Rodil, Gobernador del Territorio Federal Yuruary, y el General Anselmo Zapata, y como uno de los dos sobraba en un lugar tan pequeño y bucólico como Guasipati, capital del territorio y a escasos minutos de las compañías del oro, resolvieron el problema en la plaza mayor.  Sobrevivió Zapata, mientras que Rodil quedó tendido a causa de cinco balazos.
            Santiago Rodil era tataranieto en cuarta generación de  Juan Álvarez Rodil, padre de María de Jesús Rodil, esposa del General Tomás de Heres, prócer de la independencia sudamericana.  El Gobernador del Territorio Federal Yuruary, durante el Gobierno de Cipriano Castro, estaba reputado como hombre recio, culto, de barba rojiza y agradable talante, pero tal vez por su ascendencia no le caía bien al General Anselmo Zapata Ávila, menos en un cargo público que él también aspiraba, dada su manifiesta fidelidad al Gobierno.
Zapata, como casi todos los caudillos llaneros de su tiempo, era hombre de escasa instrucción y cultura, pero respetado por su reciedumbre, desafíos y arrestos de general de montonera. Se le cargaban unos cuantos muertos y era vox populi que estaba ensalmado contra las balas y los maleficios. De allí que haya salido airoso en duelos como los sostenidos con el poeta Antonio José Calcaño Herrera y con su propio hermano Simón Zapata Ávila.
Lo cierto es que el día del duelo con el General Santiago Rodil, el General Zapata, quien vivía en El Callao, llegó a Guasipati acompañado de los coroneles Tomás Aquino y Alejandro Cardozo, aparentemente, a provocar al Gobernador, quien vanamente instruyó a un policía para desarmarlos.  El desenlace fue un duelo personal entre Zapata y Rodil, en el que, finalmente, intervino dándole forma de agavillamiento: el coronel Tomás Aquino, disparándole a la cabeza para dejarlo mortalmente herido y sin que nada pudiera hacer el médico J. M. García Parra, quien se hallaba en el Yuruary.
Zapata estuvo poco tiempo en la Cárcel y prácticamente lo salvó la Guerra Libertadora y su cuadratura con 200 hombres al lado del Gobierno de Castro, quien lo premió con la Gobernación del Yuruary que al fin y al cabo era lo que aspiraba.  Después se cuadró con Juan Vicente Gómez y siempre tuvo segura la Vicepresidencia de la Gobernación del Estado Bolívar por unos cuantos trienios.
            No se queda atrás entre los caudillos bolivarenses, el general Zoilo Vidal, mejor conocido  como “Caribe Vidal”,  militante de la causa del general José Manuel (Mocho) Hernández y tanto él como su padre Florentino Vidal estuvieron a su lado en la Batalla de Orocopiche y Buena Vista (1892) en apoyo a la Revolución Legalista que desde su hacienda El Totumo en Guárico lideró hasta llegar al Poder el general Joaquín Crespo.
            Al lado del Mocho Hernández estaba cuando éste se alzó contra el Gobierno de Ignacio Andrade luego que le fue arrebatado el triunfo al Partido Nacionalista con el cual planeaba llegar a la Presidencia de la República.  El desenlace fue la batalla de Queipa donde Joaquín Crespo en defensa del gobierno de Andrade perdió la vida aunque ganó la batalla y Hernández fue capturado y reducido junto con Zoilo Vildal  en la Rotunda.
            Andrade, al final, es derrocado por la revolución de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez desde el Táchira.  Castro lo libera y lo nombra Ministro de Fomento, pero a pocos días Hernández renuncia y se va a la oposición con las armas.  Es capturado y llevado preso al castillo de San Carlos.  Zoilo Vidal quedó comandando un grupo guerrillero en Guayana.  (En la foto Zapata y Zoilo Vdal)



martes, 25 de junio de 2013

La danza de la muerte

En esta hermosa Casa de las Doce Ventanas, construida a mediados del silo diecinueve expresamente para el prócer de la independencia, Capitán José Tomás Machado,  solían darse saraos y bailes suntuosos. En uno de ellos -21 de enero de 1880- el General valenciano Manuel Castillo Cortez, Comandante de Armas de Guayana, llegó por tres veces a perder el equilibrio no se sabe si porque el piso estaba excesivamente encerado o por estar él pasado de copas. Lo cierto es que caerse tres veces seguido sobre una pista de baile lo tienen o tenían  los guayaneses como de mal agüero y esa noche el fatalismo no se hizo esperar. El mencionado Comandante de Armas se llevó una cuarta caída y esta vez a causa de varios balazos que lo dejaron muerto tras una sublevación del cuartel de la plaza, promovida por el jefe de la guarnición, el general barquisimetano José Pío Rebollo.
       Pío Rebollo se había alzado en oposición al proyecto de reforma constitucional presentado por Antonio Guzmán Blanco que buscaba reducir el número de estados de 20 a 7. Al presentarse el general Castrillo al cuartel del Capitolio para exigir la rendición de los sublevados, fue recibido a tiros, cayendo mortalmente herido.
       Sofocado el alzamiento, José Pío Rebollo fue apresado y juzgado por un consejo de guerra el 15 de marzo de ese mismo año, degradado y condenado a diez años de presidio en la penitenciaría del castillo de San Carlos.  En 1886, Guzmán Blanco lo indultó y, en 1891, bajo la presidencia de Raimundo Anduela Palacio, el Congreso Nacional le retribuyó sus derechos militares y políticos.  Murió en Caicara de Maturín el 16 de abril de 1901.
La muerte trágica del General Castrillo Cortez en el mismo sitio donde 18 años antes había fallecido el prócer de la independencia, José Tomás Machado, dio pábulo a la superstición que pretendía ver el espíritu del extinto asomado por las ventanas cuando la casa quedó en total abandono.
       “Casa Encantada” le decían quienes al transitar por su acera percibían aglomerados pasos confundidos con las sombras. Ruidosos pasos y fantasmas que batían puertas y ventanas, hacían crujir la madera, conspiraban con el viento y dejaban sentir “el sonido líquido de sus pasos”. Sin embargo, a esos escalofriantes movimientos no parecían temerles aquellos que husmeaban curiosos y avaros las supuestas botijuelas doradas que siempre se ha creído esconden las casas muy antiguas.
       Pero a medida que la ciudad se ha ido sacudiendo el tiempo y el moho, ha dejado de ser casa encantada. Ahora que ha sido restaurada, la llaman simplemente “Casa de las doce Ventanas”.
       Un grupo teatral aspiró en cierta ocasión montar en esta ciudad la obra  “La danza de la muerte” y algunos guayaneses que conocía el suceso dramático de la Casa de las Doce Ventanas, la relacionaron, pero en el fondo poco o nada tenía que ve con la caída y muerte del General Manuel Castrillo Cortez.  La Danza de la muerte en vedad es un tema medieval del siglo catorce cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca de El Escorial.  Consta de más de seiscientos versos y en ella, la Muerte va llamando a bailar a diversos personajes, como el Papa, el Obispo, el Emperador, el Sacristán, el Labrador, al tiempo que les recuerda que los goces mundanos tienen su fin y que todos han de morir. Todos caen en sus brazos. Este macabro espectáculo se desarrolló en toda la literatura europea y empapado del mismo, recién llegado de Italia, Gabriel Londoño quiso llevarla al teatro.


lunes, 24 de junio de 2013

La Ronda chasqueada


El Capitolio fue casi siempre el punto de ignición de los levantamientos militares.  Allí también, además de Pío Rebolledo contra  el Comandante de Armas, Manuel Castrillo Valdez, se alzó al grito de “Mueran los andinos” en mayo de 1902,  el entonces Coronel Ramón Cecilio Farreras, en combinación con fuerzas civiles lideradas por Francisco (Pancho) Contasti Gerardino, quien tenía su residencia en la llamada Casa de Tejas del Zanjón y un restaurante llamado “La India”. Ramón Cecilio Farreras, se convirtió así en Jefe Civil y Militar de Guayana y entregó la plaza a la Revolución Libertadora  cuyo comandante el General Manuel Antonio Matos, lo ascendió a General desde el exilio, pues fue el General Nicolás Rolando, quien ejerció la comandancia en Ciudad Bolívar.
            La plaza fue recuperada por el Gobierno de Cipriano Castro  en julio de 1903 después de 50 horas de sangriento combate entre 3.500 soldados del Gobierno y 2.000 de la Revolución con saldo de 600 muertos, un número mayor de heridos y 240 prisioneros, entre ellos, el célebre poeta José Ignacio Potentini.  El Cuartel del Capitolio fue el ultimo en rendirse y casi toda la oficialidad fue hecha prisionera. Muchos se libraron de la prisión eludiendo la acción de captura, incluyendo al general Ramón Cecilio Farreras, no obstante el extremado interés del gobierno por aprehenderlo, incluso tomando como rehenes a su padre, el educador Juan Bautista Farreras y a un hermano de éste llamado Eugenio Farreras.
            Pero aun así, Farreras no se entregó ni udo ser capturado de inmediato, el oficial se resguardó muy bien y dio pábulo a la conseja callejera según la cual  se lo había “tragado la tierra”. ¿Dónde se escondió Farreras? Se tejieron entonces varias conjeturas convertidas en leyendas al correr de los días; una hablaba de su ocultación en el entrepiso de una habitación de su propia casa, la cual  requisaban periódicamente los esbirros del gobierno; otra, un tanto vampiresa que lo ponía a dormir durante el día en un sepulcro de los Golindano, y de noche muy despierto estirando las piernas y comiendo lo que le llevaba un amigo sepulturero de apellido Basanta. Corrió también una versión  recogida por Héctor Guillermo Villalobos en su “Romance de la ronda
….chasqueada” según la cual Ramón Cecilio  Farreras, con guerrera de soldado, canana, peinilla y cinturón, se sumaba astutamente al piquete que salía en ronda nocturna por toda la ciudad husmeando calles y requisando casas en su busca.
            Lo cierto es que cuando pudo salir de la ciudad, a bordo de un bote que aguas abajo lo llevaría hasta Trinidad, se detuvo, creyéndose a salvo, en los Caños del Bajo Orinoco, entregándose a jolgorios que le complicaron su existencia de fugitivo. Allí fue denunciado y hecho preso por el Gobierno del Estado.
            Juzgado por un Consejo de Guerra en marzo de 1904, Farreras fue condenado a diez años de presidio en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, junto con su padre Juan Bautista Farreras y su tío Eugenio Farreras. Estos últimos, uno tras otro, mueren en prisión en el curso de cuatro meses. El cadáver de su padre, por tres días, permaneció ante la puerta de la celda del hijo, a quien le pusieron una vela en las manos para que lo velara.
            Liberado después de la caída de Castro (marzo de 1909), regresó a Ciudad Bolívar donde fue recibido como héroe en medio del alborozo popular, situación que indispuso al Gobierno gomecista hasta el punto de confinarlo en Mérida, donde falleció el 8 de diciembre de 1921. (Foto del Capitolio, antiguo cuartel militar de Ciudad Bolívar).



domingo, 23 de junio de 2013

El Busto de Piar en San Félix

El poeta José Ignacio Potentini, popular en Ciudad Bolívar y San Félix pronunció el discurso de inauguración del monumento al General Manuel Piar (en la foto), pero años después quedaría reducido en la Cárcel Pública de Ciudad Bolívar junto con otros 240 oficiales y civiles.
            Nativo de Barcelona,  conocía a Ciudad Bolívar mucho antes de la Batalla que decidió la derrota definitiva de la Guerra Libertadora y en San Félix estuvo en 1895, invitado  por el Presidente del Estado  Manuel González Gil, para que pronunciase el discurso inaugural del monumento levantado al héroe de la Batalla de San Félix. 
            El monumento, consistente en una columna de cemento romano, coronaba en sus catorce metros con un busto del héroe de San Félix, modelado por el escultor Rafael de la Cova y vaciado en marmolina (cemento con polvo de mármol) por Ricardo Julio Carera.  La inauguración tuvo lugar el 11 de abril de 1895 y del discurso de Potentini se recuerdan esta frase:
“Señores: en este acto estoy representando a mi amigo el general Manuel González Gil, mas no al gobierno”
            Potentini no quería nada con el Gobierno de Joaquín Crespo, simplemente lo toleraba.  De allí esa frase al iniciar su discurso en homenaje a Piar, héroe al que consideraba tan brillante como el Libertador  y que lo llevó a proclamar en medio de aplausos encendidos:
             “Bolívar y Piar fueron dos soles y privó la circunstancia de que debía quitarse uno para que brillara el otro”  
            Muy poco tiempo estuvo Potentini en  la ciudad del Orinoco.  Su  permanencia más prolongada se registró circunstancialmente después, entre mayo y julio de 1903.  Dos meses y días, durante los cuales quedó  sembrada su figura carismática y tan particular, pues casi siempre andaba con bandola y fusil montado en su caballo entrecano.  En eso se parecía un poco al trovador angostureño Luis Tovar, que andaba en burro con su guitarra dándole serenata a la ciudad.  La Ciudad Bolívar de 1903 se reducía apenas a lo que entendemos hoy como Casco Histórico urbanamente extendido hasta Perro Seco y el sector de Los Molinos que era La Trinidad.  Lo demás eran arenales, morichales y numerosas casas de campo a los que se iba en carro mato, burro, mula o caballo.
La zona poblada oriental de la ciudad que iba desde la calle Miscelánea (hoy Dalla Costa) hasta un poco más allá  de la calle  Urica, se llamaba  Santa Justa y debido a las muchas mujeres de mal vivir los parroquianos la señalaban despectivamente como la Ciudad Perdida.  Tomás Ignacio solía frecuentar el lugar y una noche de bandola y canto soltó esta tonada:
“Que hiciste en el cielo Justa  / que a este puerto te han mandado / donde sin templo ni santuario / mora sin horas el pecado”
 El Paseo Falcón era la zona socialmente neurálgica de la Ciudad Bolívar a comienzos de siglo y en noches de retreta  solía el poeta recrearse con sus amigos  en animada tertulia. Allí bajo la brisa fresca del río lo encontró con un mensaje escrito en papel de traza, el mandadero de su bien amada Salomé que siempre lo seguía a donde fuera.  El poeta leyó y releyó el mensaje en el que su mujer le pedía varios pesos para ir al mercado, luego volteó el papel y le respondió:
  “Sin errores ortográficos / tú no incurras, Salomé / Me mandas a pedir besos / y me los escribes con P”

  Más tarde a Julián Vergara, dedicaría esta espinela en su noche de boda: “Esta noche, a hora postrera / a su novia bella y cara / le regalaría Vergara / sus dos sílabas primeras / La tercera queda sola / pues sus hermanas gemelas / irán a romper la tela / que en el himeneo se inmola / Señoritas envidiosas / dejen la pareja sola”.

sábado, 22 de junio de 2013

Cipriano, “héroe excelso”

       
Recuperada Ciudad Bolívar de la última batalla de la Guerra Libertadora, el Presidente de la República, General Cipriano Castro, la  visitó durante cinco días y fue objeto de agasajos, alabanzas y exaltaciones.  Primer mandatario de la era republica que lo hacía.
            Desde el sábado 29 de abril hasta el miércoles 3 de marzo de 1905, se exornaron los frentes de las casas bolivarenses con banderas nacionales y amarillas (color de los liberales) y las de los extranjeros con las enseñas de sus respectivos países, para darle la bienvenida al Presidente.
            La “Plaza San Antonio” en el Paseo de su nombre, hoy avenida Moreno de Mendoza, fue adornada y se construyeron arcos en variados puntos de la ciudad.  En la “Plaza Restauración” del Paseo Meneses y calles principales, el pueblo se divirtió con  cucañas,  música y fuegos artificiales.
            Castro llegó a la capital bolivarense a las 9 de la mañana, a bordo de un barco que había zarpado del puerto de San Fernando. Una multitud que lo esperaba desde muy temprano, divisó a las siete el buque y en ese momento comenzaron los repiques de campanas de la Catedral, el tronar de los cañones  y los fuegos artificiales.
            Una comisión integrada por el Obispo de la Diócesis, Monseñor Antonio María Durán, el clero, representantes de la Municipalidad, del Ejecutivo y de la Asamblea Legislativa, embarcó en el vapor Apure para ir al encuentro y presentarle el saludo de bienvenida.  Castro fue trasbordado y llegó a la Cocuyera donde lo recibió una heterogénea multitud de ciudadanos.  De allí caminó hasta el edificio de la Aduana en la calle Miscelánea donde tenía preparada su habitación.  La gente invadió la calle y el señor Hilario Machado, desde la acera de enfrente, pronunció el discurso de salutación dirigido al Presidente, quien se hallaba en el balcón acompañado de bellas damas. “El Anunciador” reseñó: “feliz estuvo el inspirado señor Machado, en su brillante pieza oratoria y sus frases elocuente y galanas, fueron lluvia de rosas que cayeron en viva profusión a los pies del héroe excelso”.

            Antes de llegar a su improvisada residencia entre las calles Venezuela y Miscelánea, el Presidente Cipriano Castro pasó por varios arcos de palma y flores.  Uno que decía “Vencedores jamás vencidos”.  Otro de la Cámara de Comercio: “El Comercio de Ciudad  Bolívar saluda al General Castro” y el de la Casa Dalton & Cía: “Loor al jefe de la Nación General Cipriano Castro – Paz-Orden- Progreso”.
            Desde el balcón, donde escuchó la salutación de Hilario Machado, a nombre del pueblo bolivarense, respondió:
“Este pueblo que tengo a mi vista y en cuyo semblante leo que no es lo que se me había pintado, este pueblo es honrado y es laborioso y los pueblos laboriosos y honrados son los hijos del deber, que llevarán a la patria a la cumbre de su destino. Estoy maravillado de ese inmenso raudal del Orinoco y presiento que los pueblos asentados en sus márgenes, por él serán conducidos a la cúspide del engrandecimiento.  Unidos en un solo abrazo, debemos vivir sin rencillas ni enemistades, como hermanos y hermanados los venezolanos.  Desde ahora y para siempre estoy con ustedes y para ustedes”.

            Acompañaban a Castro, el Presidente del Estado Bolívar, general Luis Valera; el doctor Julio Torres Cárdenas, Secretario de la Presidencia; general Ramón Tello Mendoza, gobernador de la Sección Occidental del Distrito Federal; el escritor A. Carnevali Monreal y  el doctor José Rafael Revenga, médico del Presidente y quien se hace famoso por sus operaciones de cataratas que devuelve la visión a los ciegos longevos que han venido de Upata, Tumeremo y El Callao.


            

viernes, 21 de junio de 2013

Recibimiento de locura


Jóvito Villalba dijo en alguna oportunidad que el pueblo venezolano tiene una gran capacidad para olvidar.  De otra forma no se explicaría el comportamiento de los bolivarenses frente a un autócrata que cañoneó la ciudad con un tremendo saldo de muertos, heridos, inválidos, daños morales  y considerables pérdidas de bienes materiales.
            El comportamiento, como lo expresó el propio general Cipriano Castro, fue de locura: “A las 9 de la mañana de hoy hemos hecho nuestra entrada a esta histórica ciudad con un entusiasmo inusitado. Creo que no ha faltado nadie a la cita; es verdaderamente indescriptible: una locura de recibimiento que raya en el frenesí…”     
            La prensa bolivarense, a conciencia, fue extremadamente complaciente con el régimen de Cipriano Castro.  Era la única manera de subsistir frente a la autocracia.  De allí que cuando el mandatario decidió pasarse tres días en la ciudad, fue objeto de “una locura de recibiendo rayano en el frenesí”, como bien lo expresó en telegrama a su alter ego Juan Vicente Gómez.
            En ese recibimiento incluía a los medios impresos existentes: “El Boletín Comercial”, “El Centinela”, “Horizontes” que dedicaron sus ediciones a exaltar la figura de Castro y, por supuesto, el diario de la tarde “El Anunciador”, editado por el liberal  Agustín Suegart,  que publicó una edición extraordinaria con los siguientes títulos de alabanzas: “La Restauración Liberal”, por Cleto Navarro, jefe de redacción del diario; “Mi opinión”, por el doctor José María Emazábal, Rector del Colegio Federal;  “Castro Guerrero”, por el médico y poeta J. M. Agosto Méndez; “Castro Político”, por el doctor Antonio María Delgado; “Castro Legislador”, por el doctor Cipriano Fray Barrios y “Castro Progresista”, por el doctor Carlos María Romero.  En la misma edición apareció el discurso de bienvenida de don Hilario Machado.
            Gumersindo Rodríguez, describe desde Ciudad Bolívar, para su periódico “El Constitucional”, el viaje de Castro por el Orinoco a bordo del vapor Apure: “El retrato del General descansa sobre la columna central, entre trofeos, con los colores del arco iris.  Un gabinete privado en cuya puerta de acceso hay un escudo de la nación bordado en raso y elegantes cortinas de punto japonés.  La toilette constituye un gran lavado de mármol rosa y nogal con exquisito servicio de aguas y esencias de Guerlain, Pinaud y Atkinson.  Frente al tocador un espejo estilo Renacimiento y en caja de piel de Rusia y Almohadilla en seda de colores, los juegos de peines y cepillos incrustados de plata de marfil.  Sobre la mesa del mismo estilo, un elegante paño de terciopelo carmesí.  Diván de descanso, corte Luis XV.  La cama amplia, rodeada de ventiladores eléctricos y cubierta por artística sobrecama de raso azul y encajes blancos”.
            El Presidente de la República, general Cipriano Castro, quiso durante su segundo día de visita en Ciudad Bolívar, pasear por la calle La Alameda antes de presenciar una tarde de toros coleados en su honor.  Posteriormente asistió  a la retreta de la Plaza Bolívar y luego cerró el día con un baile de gala  ofrecido en la Casa de Gobierno. 
Castro inició la fiesta bailando el vals Pamona con la señora del doctor Eliseo Pérez Vivas,  que ejecutó la Banda Castro dirigida por el general Ramón Maldonado.  Las otras piezas interpretadas por la Banda del Estado a cargo de Manuel Jara Colmenares, fueron Contradanza Ciudad Bolívar, Vals Blene, Cuadrilla Les ombres chismoises, Vals Sourires d´Avril y Ploka Minuit,  Danceros, vals Laura, danza La Violeta, vals Siempre invicto, cuadrilla Fleurs y el  vals Echantee, con el cual terminó la fiesta a las cuatro de la madrugada. 


jueves, 20 de junio de 2013

Peligroso dejar las cárceles vacías

El Presidente de la República, Cipriano Castro, no concebía las cárceles vacías pues consideraba un peligro.  Así lo reafirmó cuando en 1905 visitó Ciudad Bolívar durante tres días.
En esa ocasión se hospedó en la antigua casa mercantil de los Dalla Costa que había sido convertida en sede de la Aduana.  Allí los bolivarenses conocieron por primera vez la luz eléctrica generada por una pequeña planta que se trajo de Caracas.
El último día de su estada, domingo 30,  Castro asistió a un Te Deum oficiado por el Obispo Antonio María Duran y en el que habló el presbítero Dr. Nicolás E. Navarro, Rector del Seminario Metropolitano de Caracas, quien vino expresamente con ese objeto.  Luego hubo una recepción oficial para saludar a los representantes de las instituciones locales.  Seguidamente se organizó un paseo por el Orinoco a bordo de los vapores Delta y Apure, en los cuales embarcaron unas 800 personas.  El paseo fue hasta las bocas del río Marhuanta, a dos leguas de ciudad Bolívar.  Un vapor de guerra al mando del general Delgado Chalbaud que venía de escolta del Presidente, se hallaba fondeado en San Félix.  El Delta y el Apure, anclaron en La Peña de Soledad, donde tenía su vivienda Pedro Mariño.  Allí hubo una ternera que terminó a las tres de la tarde cuando Castro regresó para estar presente en los toros coleados en una improvisada manga construida en La Alameda.  Finalmente, el General montó un caballo y se puso a trotar por los alrededores de la ciudad. 
            Para Cipriano Castro, dejar las cárceles vacías representaba un peligro.  Por lo menos, esto fue lo que le respondió a un grupo de damas bolivarenses que le suplicaron la liberad de los presos políticos que todavía permanecían en la Cárcel colonial de Angostura después de la Batalla de Ciudad Bolívar.
            Era el último día de Cipriano Castro en Ciudad Bolívar y estaba previsto un Críquet-mach ofrecido por “Venezuela Criquet Club” que al final no se dio.  Lo que si se dio fue un homenaje del Concejo Municipal en el Hotel Decori y un lunch en el “Club Unión Comercial” después de una Revista Militar en la Plaza Miranda, frente al Capitolio.  Luego de la revista, el general Castro fue conducido por Santos Palazzi, Luis Godoy, Julio Tomasi, José Acquatella, Emilio Uncein, O. Grossmann y José Ortiz.  El banquete fue ofrecido por el doctor Luis A. Natera Ricci,  Presidente de la Municipalidad.
            Castro, se despidió de los bolivarenses el 3 de mayo a bordo del vapor Apure.  Mientras estuvo en Ciudad Bolívar, su esposa, la cucuteña Zoila Rosa Martínez, bella y huérfana, permaneció en la isla de Trinidad.
            Antes de irse, Castro, visiblemente emocionado por el caluroso recibiendo que le tributaron los bolivarenses, aceptó las súplicas de poner en libertad a los adversarios de su gobierno, generales Simón Tabares, Pedro A. Romberg y Agustín Barrios; coroneles Ladislao Rosales, José Vallenilla Marcano y Toribio R. Prospert; civiles doctor Luis Felipe Vargas Pizarro y Ascensión Rojas Vásquez.  Finalmente accedió derogar el decreto de expulsión que pesaba sobre el comerciante Merisso Palazzi.
            Quedaron más presos en la Cárcel colonial, alegando ante una misión de damas que “sería peligroso dejar las cárceles vacías.  Además, esos presos no son míos.  Son prendas de seguridad de la República, siempre dolorosas, pero siempre también necesarias al orden de su sistema, a la moral de sus costumbres, al decoro de su nombre”. Castro llegó el 15 de mayo de regreso a Caracas después de visitar Carúpano, Cumaná y Margarita, abrumado de discursos, bailes, toros coleados, Champagne y arcos de triunfos. (En la foto la vieja cárcel de Ciudad Bolívar)


miércoles, 19 de junio de 2013

La mordaza autocrática de Cipriano

           
     
Castro decretó el cierre de El Anunciador a causa de un editorial escrito por el jefe de Redacción, Domingo María Navarro, aparecido en la edición 1.888 del 7 de junio de 1905 y en el cual subrayaba que al perderse el predominio del Partido Conservador en  Venezuela, se había perdido también el respecto a la Constitución y a las leyes y que esta “Inmoralidad tomó proporción considerable con el triunfo del Liberalismo y de la Federación en el País”.
            Este editorial fue protestado públicamente el 9 de junio por 43 liberales residentes en la ciudad, y en la misma edición el redactor publicó este comentario de respuesta:
“Como dato curioso Ciudad Bolívar cuenta con 12.000 habitantes por lo menos. Supongamos que de ellos sólo haya el 10 por ciento de hombres mayores de 21 años. Tendríamos pues 1.200 hombres. Rebajemos de ellos 43 que firmaron la protesta que publicamos, quedan 1.157, y natural es  que supongamos que esos 1.157 están de nuestra parte en la discusión que se ha presentado ya que los señores protestantes han tenido nada menos que cinco días para recoger sus firmas. A ocho firmas por día”.            
            Esto, aunado a un segundo editorial titulado “Peregrina aberración” donde se refuerzan los conceptos anteriores, significó el fin de “El Anunciador”.  Su último número apareció el 12 de junio de 1905.
            Cerrado el diario “El Anunciador” por la voluntad caprichosa y autocrática del Presidente de la República, general Cipriano Castro, los bolivarenses se quedaron sin el vespertino que desde el siglo anterior venía quemando etapas.  Un simple editorial lo condenó a la pena capital.
Después, por la vía influyente de familiares y amigos allegados al mandatario, se logró que el diario reapareciera, pero con otro nombre.  Fue entonces cuando El Anunciador” pasó a ser “El Luchador” con el mismo formato que llevó al comentario de esquina “el mismo negro con diferente cachimbo”que estuvo humeando por más de sesenta años desde el 10 de julio de 1905.
            Continuó siendo editado en los talleres de “La Empresa”, calle Venezuela o 30 Llaves, establecida en 1893, por el propio Agustín Suegart, de origen francés, con prensa de vapor y linotipos que introdujo luego en 1911.
            Era un periódico super-standard, de cuatro páginas, que andaba por todas las embajadas del mundo, circulando a manera de canje y más por suscripciones que a través del consabido pregón.  Por largo tiempo en Ciudad Bolívar y el resto de Guayana no hubo más diario que “El Luchador y sus ediciones guardan la más variada y compleja historia de la Guayana del Siglo XX.
            “El Luchador” de don Agustín Suegart, de Jorge Suegart y hermanos era de perfil conservador, un vespertino que aceptaba toda clase de colaboraciones, excepto las que de algún modo fuesen ofensivas o lesionasen los valores de la religión, los intereses del gobierno de turno, de algún sector o individualidad influyente de la región.  Por eso no estuvo, como otras publicaciones, sometido a las vicisitudes políticas de la época.  Aprendió muy bien la lección de “El Anunciador”.
            Sus titulares nunca fueron abultados, agresivos o sensacionales y carecían del atractivo dinámico de la prensa moderna.  Buena parte de sus espacios eran cubiertos con “refritos” y reproducción de informaciones y artículos de la prensa nacional e internacional. 
            De las embajadas llegaba materia impreso abundante de los respectivos países, especialmente impecables grabados, que servía para cubrir los espacios que no lograban llenar los sucesos locales.


martes, 18 de junio de 2013

Dos poetas de armas tomar

 En el Hotel Guevara, ubicado entre la calle Igualdad y el entonces Paseo Falcón, frente a la Cárcel Pública, se hospedó en 1905 el escritor Rufino Blanco Bombona, recién nombrado Gobernador de Amazonas, a donde iba acompañado del poeta Alfredo Arvelo Larriva, quien no pudo continuar el viaje a causa de un lance trágico en el que perdió la vida el dueño del hotel.
            El 5 de abril, entre las tres y las cuatro de la tarde, se suscitó un violento altercado entre el poeta Alfredo Arvelo Larriva y el señor José María Guevara, quien residía junto con la familia en su hotel, además de una criada a la cual el poeta le “echaba los perros”.  Esto último, al parecer,  fue la causa de la desavenencia un tanto agravada por ciertas intrigas.
            Lo cierto es que el señor Guevara montó en cólera,  pidió al poeta que desocupara inmediatamente la habitación y se marchara del hotel.  Arvelo Larriva, quien se hallaba en una situación precaria de salud en ese momento, no le quedó más alternativa que hacerlo y cuando se dirigía a la puerta de salida con su maleta, apoyado en un bastón, volvió a tropezarse  con el  señor Guevara.  Entonces le reclamó los insultos de que fue objeto y le tiró un bastonazo.  Guevara se le abalanzó, pero el poeta, más rápido, sacó un revólver y le disparó dejándolo mortalmente herido.
            Arvelo Larriva, de 22 años,   fue conducido momentos después al Cuartel de Policía y arrojado a un calabozo.  Ningún abogado quiso hacerse cargo de su defensa pues el pueblo estaba indignado dado que el Señor Guevara era nativo y gozaba de aprecio.   De Barinitas, de donde era el poeta, vino a defenderlo el abogado Carlos Jiménez Rebolledo cuando el caso pasó a Tribunales.  El Fiscal doctor Cipriano Fray Barrios pidió pena de 10 a 15 años. Ofició de acusador el doctor Luis Natera Ricci, pero el juez ad hoc doctor Wenceslao Monserrate Hermoso, vistos los alegatos del último defensor del procesado, doctor Pablo Godoy Fonseca, fue condenado a ocho años de prisión que terminó de cumplir en Zulia y Caracas.  En la Cárcel de Ciudad Bolívar escribió “Enjambre de rimassu primer libro.     
Al poco tiempo vino a hacerle compañía en la Cárcel su amigo Rufino Blanco Fombona, tras un enfrentamiento el 24 de junio de 1905 con  Víctor M. Aldana, cacique de Isla Ratón, Territorio Federal Amazonas, quien dirigió una rebelión contra el Gobernador Blanco Fombona, pero éste lo puso en fuga y persiguió hasta Ciudad Bolívar, donde sorpresivamente se encontró con que el Presidente del Estado, general Luis Valera y el Secretario General de Gobierno, Eliseo Vivas Pérez, habían asumido una conducta de complicidad con Aldana, a quien le dieron protección y facilidades para viajar a Caracas con una carta muy a su favor para el Presidente de la República, general Cipriano Castro.
            Cuando Blanco Fombona llegó a Ciudad Bolívar, el 5 de julio, procurando la colaboración del Gobernador para detener a Aldana, quien resultó preso fue él.  Llevado ante el Juez, el escritor aclaró la situación y denunció a Aldana no sólo del delito de rebelión, sino de ser responsable de las muertes del administrador de aduana, José Ignacio Díaz Matos, de Nicolás Sánchez y del hijo de éste, según documento y lista de testigos que puso en manos del magistrado.

            El  Juez Molina terminó por ordenar la libertad de Blanco Fombona y dictar auto de detención contra Aldana.  Esto provocó la ira del gobernador Luis Valera y consecuencialmente la destitución y prisión del Juez, sustituido por otro de apellido Itriago, por supuesto, más complaciente con los deseos del Gobernador.

lunes, 17 de junio de 2013

Régimen de trabajo forzado


Cerro Azul es una obra vial, especie de portachuelo, concebida por un general gomecista, muy de esta tierra de Guayana, pero llevada a cabo por delincuentes cuando, como parte de la pena que purgaban, eran forzados a realizar trabajos de utilidad pública. Cerro Azul era realmente azul. Ya no lo es. El tiempo transitado lo ha revestido de una pátina negruzca, aceite carbonado de los modernos automotores. Azul realmente era, pero de un azul nada poéticamente celeste, sino azul ígneo, fuerte, que hubo de cincelar a golpes de mandarria y pólvora para que cediera y accediera al paso de El Porvenir y la que fue al final calle El Progreso, cruzada por las antiguas calles Miscelánea (Dalla-Costa), de las Orozco (Libertad), Nueva o Fajardo (Igualdad) y del Gobierno (Constitución).
            El general Marcelino Torres García, prometió para su segundo trienio (1918-1921) construir la vía de Cerro Azul, promesa que cumplió en el curso de los primeros veinte meses de haber reiniciado su segundo mandato.       
En el corte del cerro para convertirlo en tramo de la calle El Progreso participaron cincuenta delincuentes comunes de todo el Estado, quienes a fuerza de barreno y mandarria volaron 1.800 metros cúbicos de roca para lo cual fue necesario  tres mil tiros de dinamita, tarea que se llevó a feliz término con esmerada precaución a fin de no causar daños a las viviendas cercanas. De esta manera 54 metros fueron agregados a la calle El Progreso para quedar definitivamente conectada con el Paseo El Porvenir. El material sacado de Cerro Azul fue aprovechado en la pavimentación del Paseo Falcón, hoy Paseo Orinoco.         
            Cerro Azul y las calles de Ciudad Bolívar no fueron una excepción, en muchas ciudades de Venezuela también aplicaron la condena del trabajo forzado tanto a presos comunes como a políticos. 172 estudiantes de la llamada Generación del 28 fueron sometidos a trabajos forzados en  la carretera de la Colonia de Araira, mejor conocida como Palenque en el Estado Guárico.  Pérez Jiménez no practicó el régimen del trabajo forzado contra delincuentes y enemigos políticos, pero estableció los campos de concentración de Guasina y Sacupana, de los cuales habla muy bien la novela testimonial “Se llamaba SN” de José Vicente  Abreu.
            Los  nazis en 1938 copiaron el método de represión política del dictador de Venezuela y  explotaron progresivamente el trabajo forzado de los "enemigos del estado", supuestos antisociales y presuntos criminales, para obtener beneficio económico y cubrir la desesperante escasez de mano de obra. En 1938, la Policía Criminal Alemana llevó a cabo dos importantes arrestos de supuestos antisociales y presuntos criminales para aumentar la cantidad de personas disponibles que realizaran trabajos forzados en los campos. Los planes iniciales de albergar a grandes cantidades de prisioneros de guerra soviéticos y, más tarde, judíos que realizaran trabajos forzados en Auschwitz-Birkenau y Lublin/Majdanek en el invierno de 1941 y 1942 también apuntaban a generar una fuerza laboral cautiva para los grandes planes de construcción de las SS.

         De manera, que Venezuela no solo llegó a exportar petróleo y café sino métodos represivos contrarios a la Carta Fundamental de los Derechos Humanos.  Lo lamentable es que hasta muy avanzado el siglo veinte había gente que añoraban los métodos represivos de los dictadores alegando que era una forma ejemplarizante de disminuir el índice delictivo a la vez  de realizar obras sociales y enseñar la disciplina del trabajo.

domingo, 16 de junio de 2013

El impulsivo joven Calcaño


Al igual que Rufino Blanco Fombona y Alfredo Arvelo Larriva. Antonio José Calcaño también era un poeta de armas tomar, que tenía muy alta conciencia de los principios de la dignidad y el honor. 
Los poetas y escritores de la época, eran  muy susceptibles y apegados a los tradicionales principios del honor, lo que explica de algún modo los lances personales que comprometieron sus vidas en repetidas ocasiones.  De ese tiempo es la historia de Antonio José Calcaño, quien figura en la literatura venezolana como periodista y escritor. 
Calcaño estuvo un tiempo internado en la selva y vivió en Guasipati donde tuvo un encontronazo con el caudillo del Yuruari, General Anselmo Zapata Ávila.  Calcaño se sintió ofendido en un intercambio de palabras que sostuvieron y le vació un revólver sin que acertara un solo disparo.  Desde entonces se vino a vivir a Ciudad Bolívar donde contrajo matrimonio con María Ruiz, hija del médico José Ángel Ruiz y de cuya unión nació en Ciudad Bolívar, Mary Calcaño (María Asunción Calcaño Ruiz), la primera aviadora venezolana.
            Antonio José Calcaño publicó sus primeros poemas en “El Cojo Ilustrado”, que fueron recogidos luego en un volumen titulado “Versos de Juventud”. Fue un admirable sonetista, descriptivo y realista,  al estilo de Alfredo Arvelo Larriva.
            Según el crítico Jesús Semprún, los sonetos de Calcaño Herrera están saturados del perfume de la selva, señaladamente su “Canto a la selva” el cual compuso antes de abandonar el Orinoco en 1918 cuando regresó a Caracas, de la que se había ausentado a la edad de 16 años, atraído por el romanticismo guerrero de su paisano el Mocho Hernández.
            A su regreso a Caracas, Calcaño Herrera, junto con José Rafael Pocaterra, Leoncio Martínez (Leo) y Francisco Pimentel (Job Pim) participó en la fundación de la revista “Pitorreos” que tanto desagradó al Gobierno de Juan Vicente Gómez, hasta el punto de Antonio José Calcaño tener que ocultarse por un tiempo en el interior del país.  Su última obra fue  el “El Heraldo”, diario que fundó y dirigió hasta su muerte, ocurrida  en Caracas, el 19 de marzo de 1929, mucho antes que el fallecimiento de Zapata, a quien no pudo matar durante el lance personal que tuvieron.
            Se decía entonces que el general Anselmo Zapata Ávila, estaba tan bien ensalmado y que ni coquito lo picaba.  La leyenda se tejió popularmente en el Yuruari porque Zapata nunca fue tocado en las batallas de la guerra legalista ni en la Libertadora, tampoco por las balas disparadas contra él, en lances personales por el General Santiago Rodil, siendo Gobernador del Territorio Federal Yuruari, luego por su propio hermano Simón Zapata Ávila y mucho antes, 1916, en Tupuquén por Juan Hernández.  
            He aquí lo que comenta Horacio Cabrera Sifontes en su libro “Guayana y el Mocho Hernández” al referirse al lance que sostuvo El General Anselmo Zapara con el poeta y escritor Antonio José Calcaño:  Es posible que Zapata dominara todo este arte (el arte de disparar con certitud) porque oportunidades tuvo de practicarlo todo con amigos expertos y profesionales. Pues lo que asombraba a la gente del pueblo era precisamente que a Zapata no le pegaban las balas ni en la guerra ni en sus numerosos desafíos personales, a los cuales les hizo siempre gran honor. Por ejemplo, nuestro querido poeta de agreste numen, traductor de los pesares del Caroní, a quien la encachadura de un toro le figuraba "un paréntesis", y una vaca negra sombreando, fingía "una flaca y enlutada suegra, bajo el dosel muy verde de un paraguas", Antonio José Calcaño Herrera, quien además de vivir sus inspiraciones en Guayana tuvo que jugar las cartas del peligro, se batió con Zapata en Guasipati.  Se sintió ofendido y le vació todo el revólver sin acertar un tiro”.

            

sábado, 15 de junio de 2013

La fiebre del balatá y el caucho

Guayana desde los primeros tiempos fue polo de atracción y lo continúa siendo para venezolanos y extranjeros, para aventureros, empresarios e intelectuales incluso como José Antonio Calaño, simplemente porque ha sido siempre la tierra del oro y de recursos forestales como el caucho, el balatá y el pendare y las resinas,  otrora de una importancia económica internacional.  Su demanda era tanta que los árboles eran irracionalmente talados a fin de extraer la mayor cantidad posible y obtener rápidas ventajas.
El caucho se explotaba entonces en las cuencas del Caura y del Alto Orinoco; el pendare, de resina gomosa denominada chicle, en la región del Yuruari; el balatá extraído del Purguo,  en el Cuyuní, Botanamo e Imataca.  En Tumeremo, donde se recogía el látex, operó la empresa inglesa “Dick Balatá Ltd” que estableció un  monopolio en la región. 
A partir de 1930 la fiebre del balatá y el caucho fue cediendo hasta extinguirse debido a varios factores, entre ellos, los estragos de la deforestación, la competencia de otros países productores como Malasia, Indonesia, Brasil, y la caída de los precios a consecuencia de la crisis económica de 1930.
Sobre la explotación hasta lo irracional de esos dos subproductos de la selva, se ha escrito mucho denotando las aventuras, sinsabores y crueldades de la selva.  El escritor colombiano José Eustacio Rivera, fue el primero que abordó el tema en su novela “La Vorágine”.  La obra parte de un principio romántico en busca de una felicidad que no se va a dar debido a los problemas y conflictos que se le presentan a la pareja. Además muestra la explotación de la clase poderosa sobre los más débiles y el trato inhumano que se les da a las personas sometidas en este negocio. De alguna manera resalta allí la figura del funesto Tomás Funes Tomás Funes, un militar, explotador de caucho y criminal que se hizo famoso durante los primeros años del siglo XX por su crueldad en la búsqueda de caucho y balatá en el Amazonas venezolano.
            Gallegos, igualmente en su novela Canaima toca el tema de la explotación del caucho y del Balatá.  El eje de la obra es el bolivarense Marcos Vargas llamado y atrapado por los recónditos misterios de la selva donde lo avasallan los instintos primitivos y regresa a la civilización  en la prolongación de un hijo que nace en  aquellos parajes enigmáticos y sorprendentes.
La edición correspondientes al 20 de septiembre de 1907 del diario “El Luchador” da cuenta de cómo los árboles productores de caucho, balatá, aceite de copaiba, substancias colorantes, gomas y demás resinas que constituyen la riqueza de los bosques del Estado Bolívar, son talados por los explotadores, a fin de extraer mayor cantidad de productos y obtener rápidas ventajas económicas.
En conocimiento el Ejecutivo Regional de tan indignante depredación, emitió un decreto disponiendo que sólo podrán explotarse los árboles que hayan alcanzado el desarrollo necesario por estar en condiciones de resistir los procedimientos de extracción sin que las incisiones y perforaciones que se hagan en cada árbol pasen de la primera y segunda capa cortical pudiendo descortezarse solo el tronco de los árboles en tiras longitudinales que no excedan de cinco centímetros de ancho, alternando con fajas de corteza que se dejan de quince centímetros de ancho de manera que en los espacios descubiertos se reproduzcan la corteza, siendo indispensable cubrir dichas incisiones  o perforaciones con arcilla o greda que impidan la putrefacción y muerte del árbol.



viernes, 14 de junio de 2013

El falso y dulce fruto del Merey

Uno de los productos emblemáticos de la artesanía doméstica bolivarense es sin duda el Merey pasado a pesar de no ser originario como el Amargo Angostura.  El Merey pasado aparece por primera vez en Ciudad Bolívar en diciembre de 1907, proveniente de la isla de Santo Domingo y le abrió los ojos a muchos angostureños que no sabían qué hacer con la silvestre cosecha de nuestro fruto que sólo era aprovechada por las aves y los becerros.
            El periódico vespertino “El Anunciador” es el primero en dar la noticia.  Revela la muestra que ha traído una señora dominicana y la compara con el higo, dado su sabor agradable y que perfectamente muy bien podrían adoptar los bolivarenses.
            Prepararlo es fácil  y aquí en Guayana se dan de flor, de primer orden crecen silvestres, dulces y apetitosos –dice la información y agrega que no sólo la parte carnosa es buena para comer sino que ese fruto amarillo y rojo del florido mes de mayo, tiene propiedades medicinales inapreciables.
            También el moñito sirve para muchas cosas.  La almendra que encierra, usted la tuesta y es superior a la bellota española y además sirve para hacer horchata.  También la nuez da por presión un aceite cáustico que resulta excelente remedio contra los callos, cadillos y verrugas, aplicándolo con un pincelito, por supuesto, y teniendo cuidado de no pasarse, porque podría ocasionar “gangrena” (sic).  Véase pues –termina la nota- cómo nada hay despreciable en el mundo, ni siquiera un moñito de merey.
            De suerte, que el Merey Pasado guayanés, tan solicitado por turistas y viajeros, nos vino de la antillana isla de San Domingo y desde entonces comenzó su elaboración artesanal en Ciudad Bolívar.  Y así como la fórmula del Merey Pasado nos vino de Santo Domingo, el Mazapán, también producto de la almendra del Merey, nos vino de la isla de Trinidad o de las culinarias manos de una trinitaria llamada Nicolasa Raiter, esposa de Alejandro Sutherland, requerido por el Gobierno para trabajar como constructor en la obra del dique que evitaría las altas crecidas del Orinoco continuaran afectando a la ciudad.
            Por ese tiempo ella que en la vecina isla hacía confites con almendras importadas de Inglaterra, creyó que podía sustituirlas con las almendras del merey. Los resultados no se hicieron esperar y por varias generaciones los Sutherland han venido trabajando todas las variedades de dulces derivadas del Merey y su pequeña industria artesanal dio origen a otras que dominan un mercado que más para los guayaneses ha quedado para viajeros y turistas, pues la fama de los confites a base de merey se ha corrido mucho más allá del Orinoco y los precios están muy por encima de la capacidad del habitante común.
            Además del Merey Pasado que se prepara con papelón, clavo de olor y limón y  el Masapán, confeccionado con la almendra tostada-molida, leche y azúcar, la industria artesanal elabora el merey en almíbar, con azúcar, clavo y limón, más la simple Almendra tostada y con sal.
En el vecino Brasil, se prepara con el fruto un refresco popular llamado cuajada. En Bolivia la almendra se recomienda como estimulante del cerebro y la memoria. Varios países de las Antillas lo utilizan en la preparación de vinagres y vinos comerciales. En Portugal y África oriental han logrado obtener brandy. En estas mismas regiones utilizan el merey como encurtido luego de tratarlo al vapor y ponerlo en salmuera. Mineros brasileros que trabajan en las minas de Guayana suelen usar la corteza del merey para tratar el paludismo y como antídoto contra las mordeduras de serpiente.


jueves, 13 de junio de 2013

Crecida del Orinoco 1909











En agosto de 1909 el Orinoco registró una gran crecida y los bolivarenses asociaron el desbordamiento con la llegada del Cometa Halley, anunciada como “el mayor fenómeno celeste que quizás haya observado la humanidad desde 240 años antes de Cristo cuando fue registrado por primera vez”.
            El Río Padre se desbordó e inundó la  Plaza del Abanico (Plaza Farreras) y las calles Venezuela, La Cloaca, El Cañón, Maturín, Zaraza, El Toro, Urica,  Piar, Santa Justa, 28 de Octubre, Santa Rita, El Porvenir, Orinoco, Barrio El Remanso,  Isla del Gato, Solar de la Aduana Vieja,  Barrio Santa Lucía, parte Sur de la Laguna, Barrio La Logia, Barrio El Pilón, y Barrio El Chipolo.
Total 422 casas inundadas, entre ellas, la de los talleres del diario  El Luchador, las casas de las familias Cambra, Núñez Machado, José Eugenio Sánchez Afanador, Siegert, Marcó, Virgilio Casalta, Julia García y  Alcalá Sucre.  El Presidente de la República, Juan Vicente Gómez destinó 40 mil bolívares para la construcción de un nuevo dique entre la parte oriental de Santa Lucía y la occidental de La Alameda,  además, 6 mil bolívares para los damnificados más pobres congregados en número de 545, frente al Palacio Episcopal (Plaza Bolívar) para ser reubicados por  la Junta de Socorro que presidía el obispo de la diócesis, Monseñor Antonio María Durán.           
            Tavera Acosta, Agustín Codazi, Rafael Gómez Picón y Ernesto Sifontes, quienes recogen en sus estudios las crecidas extremas registradas por el Orinoco desde la fundación de Angostura, sostienen que la mayor ocurrió en 1892, específicamente el 10 de agosto, cuando alcanzó una altitud de 19,14 metros sobre el nivel del mar y cubrió la Piedra del Medio por primera vez.
            Para recordar el suceso fue fijada en el inmueble que hace esquina con el Paseo Orinoco y la calle Dalla Costa, justo donde estuvo el Banco Royal of Canadá, una placa de mármol. Otras crecidas famosas recuerda la tradición oral que se registraron en 1844, 1854, 1864, 1872 y 1890. Según la tendencia el Orinoco exagera su crecimiento cada decenio y cada cincuenta años. En 1943, también el 10 de agosto y a medio siglo de la que tapó la Piedra del Medio, se registró otra crecida espantosa. Entonces, la ciudad parecía una Venecia, se podía navegar en curiaras por las calles y ese año, sí toda la nación estuvo pendiente y el Presidente de la República, Medina Angarita, vino a la ciudad para apreciar personalmente los daños y número de damnificados de la inundación. Entonces existía la “Ciudad Perdida”, latrocinio de fama marinera en todos los puertos del país que arrasó el río por completo y sobre cuyos escombros el Mandatario Nacional ordenó la construcción del actual Grupo Escolar Estado Mérida.
            En la Esquina del Sordo, en los propios predios de la Ciudad Perdida hubo hasta hace poco una placa que marcaba el nivel alcanzado por el Orinoco en el 43, prácticamente tocaba el techo de la primera planta del edificio.
            En cuanto al nivel más bajo, el Bachiller Sifontes dice en una monografía del año 58 que el Orinoco lo presentó “el 23 de marzo de 1923 y fue entonces cuando se cortó, se pobló de playones arenosos con canales entre ellos y de troncos secos que impedían la navegación, incluso de la curiara o cayucos, pudiéndose ir de una ribera a la otra vadeando los canales o saltando por sobre las pequeñas islas”.