A Juvenal Herrera las Parcas le
cortaron la vida como se la truncaron a la Negra
Isidora en 1986 después de unos alegres carnavales saturados de calipso, domplin, calalú, acroe, bananpilé y
ginyabí. Se la truncaron también ella, guardiana del estante de Simón Bolívar en El Callao
con la que dialogaba muy temprano todas las mañanas al abrir la puerta de su
casa que daba precisamente muy directa hacia la plaza. Ella le hacía la venia al Libertador y le
daba los buenos días.
La
estatua sobre un pedestal de mármol lleno de frases heroicas, mira directo al poniente y no al oriente como
ella quería que fuese.
“Por eso -me dijo una vez- tengo
la obligación de levantarme temprano y darle los buenos días ya que no se los
puede dar el Sol” (AF(.
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