Como cualquier ser humano común y
corriente, pero con espíritu jovial, a Bolívar le gustaba el baile aunque con
el tiempo, a medida que iba saliendo de la guerra, pero agravándose los
problemas políticos y de salud, esa afición fue decayendo.
Su baile preferido era el valse y
danzaba horas seguidas cuando encontraba buena pareja. Llegó a decir Bolívar a su edecán Perú de
Lacroix que el baile lo inspiraba, y excitaba su imaginación de manera tal que
muchas veces, estando en campaña, alternaba el baile con la tarea de escribir y
despachar órdenes cuando por la noche había fiesta en alguna ciudad, pueblo o
villa del lugar donde acampaba su ejército.
“Hay hombres – decía – que necesitan
estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo en
cambio, reflexiono y medito en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido
y de las balas”.
Y así como le aficionaba el baile
también le gustaba el vino y elogiaba sus virtudes. “Es una de las producciones de la naturaleza
más útiles para el hombre; tomado con moderación fortifica el estómago y todo
el organismo. Es un néctar sabroso y su más
preciosa virtud es la de alegrar al hombre, aliviar sus pesares y aumentar su
valor.”
Anecdóticamente comentó en cierta
ocasión como una simple botella de vino madera le hizo cambiar de decisión y
ganar una batalla que parecía imposible.
Empero si bien el vino agradaba al
Libertador, trataba de evitarlo debido a que lo excitaba en extremo. Exaltaba de tal forma su temperamento que lo
hacía según el caso escenificar comportamientos fuera de todo orden y protocolo
como el que tuvo al final de un banquete ofrecido en Angostura a John B.
Irving, Comisionado especial del Gobierno de los Estados Unidos. En sus Leyendas Históricas, Arístides Rojas
cuenta que Bolívar, al llegar el momento de los postres, se subió a la mesa y
pisando de un extremo a otro cuanta losa y cristalería había en ella,
prorrumpió enardecido al calor de la conversación: “Así, así
iré yo del Atlántico al Pacífico y desde Panamá a Cabo de Hornos, hasta
acabar con el último español.”
Esto, al parecer, se hizo una constante pues en el Alto Perú en 1924 –
escribe el general Francisco Burdett O’Conor, Bolívar dio un banquete a los
jefes oficiales con ocasión de la reunión de las unidades del Ejército
Libertador y al contestar un brindis suyo, exclamó alzando la copa “Este es un
brindis” Luego saltó sobre la mesa, vació la copa y la estrelló contra la pared
de la sala. En Arequipa en 1825 en un
banquete que ofreció el general argentino Rudesido Alvarado, hizo algo
parecido. Las explosiones
temperamentales casi desbordando las copas por lograr la libertad de
América. De todas maneras, Bolívar era
indudablemente un genio y a decir de Séneca “no ha habido hombre genio
extraordinario sin mezclarse de locura”.