Después de Walter Raleight, nadie más ha dado cuenta de los fenomenales Ewaipanomas desplazándose por parajes umbríos del sur de
Los Ewaipanomas fueron descritos y dibujados por Walter Raleight como seres
descabezados, con el sólo tronco y extremidades. La caja torácica con los componentes vitales de la cabeza:
ojos, nariz, boca, oídos, y una especie de cúpula donde posiblemente se localizaba
el cerebro. La cabellera larga
desprendida de los hombros y la complexión
de estos increíbles seres, eran tan atlética como la de cualquier
expedicionario de la época del siglo diecisiete.
Pero, ¿A qué se dedicaban los fantásticos pobladores de las cuencas del
Caura, del Aro y del Erebato, moradores de las simas de Jaua y Sarisariñama? Según la leyenda, se dedicaban
preferentemente a custodiar las inmensas riquezas de la región, traducida en
oro y otros minerales que todavía se buscan con
avidez desbordada.
Reforzando la humana
barrera de los Ewaipanomas estaban unas
bellas y esculturales mujeres semidesnudas cabalgando siempre sobre
caballos de vistosa alzada. Amazonas sin
maridos que vivían en permanente celibato para sublimar su cultura de
intocables e inexorables guardianas de los arcanos tesoros de la selva.
Los Ewaipanomas y Amazonas conocían de los secretos del oro,
de las piedras preciosas y de las aguas de los ríos. Aguas de la eterna
juventud. Aguas que ingeridas en determinadas horas podían dar la muerte como
la eterna vida, sin tener como Dorian Gray que venderle el alma al Diablo.
Pero el
caballero inglés no tenía como prioridad de su expedición la fuente de la
eterna juventud sino El Dorado.
Encontrando al Dorado, todo después sería más expedito. El no estaba enfermo ni impaciente como Juan
Ponce de León por
hallar el manantial de agua cristalina con poderes mágicos que se suponía
estaba situado “más allá de donde se pone el sol”. Circulaba como moneda
corriente a principios del siglo dieciséis que cualquier persona herida o
enferma que se sumergiera en sus aguas no sólo se reponía, sino que podía
recuperar el vigor de la juventud.
Cuando Ponce de León, enfermo y ya de
avanzada edad, sintió que le flaqueaban sus fuerzas, pidió al rey de España,
Carlos I, permiso para explorar y descubrir la Fuente de la Eterna Juventud.
Sin embargo, el día de Pascua Florida de 1513, se encontró con un territorio al
que le dio el nombre de Florida y en el que no encontró la apreciada fuente.
Siguió persiguiéndola sin resultados y, herido y maltrecho, sus hombres le
llevaron a Cuba, donde murió anhelando la fuente de la juventud. Otros muchos
exploradores siguieron buscándola por Guayana y las Antillas.
Son muchos
quienes creen que los misteriosos Ewaipanomas deben andar por allí, por
algún lugar muy inescrutable de la
selva, eludiendo la incesante penetración de los buscadores de riquezas, de los
doradistas de ayer como Gonzalo Jiménez de Quesada, Antonio de Berrío, el mismo
Sir Walter Raleight y de los de hoy
armados de batea y suruca y hasta de los vecinos Garimpeiros, muy provistos no
de mosquetes, lanzas y armaduras como los antiguos buscadores de El Dorado,
sino con helicópteros, poderosas sierras eléctricas para deforestar y máquinas hidráulicas,
para horadar el suelo hasta donde se ocultan las vetas confundidas con las
poderosas raíces de árboles gigantes y
robustos.(AF)
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