Si así lo decía y dejaba en su diario de abordo
registrado el Almirante Cristóbal Colón, que piezas de oro colgaban del
pescuezo de los primitivos habitantes de aquellas tierras continentales, y lo mismo que el oro las perlas relumbrando
en sus brazos, entonces de verdad que podía ser el Paraíso Terrenal y fue este
decir lo que deslumbró a Diego de Ordaz cuando hallándose junto con Hernán
Cortés conquistando la tierra de los aztecas, renunció a todo cuanto había
obtenido para navegar hacia el Sur en busca de las fuentes prístinas del gran
río de las confluencias a pesar de los temores que le infundían, pero ¿si
él había coronado el fuego volcánico del
Popocatepetl, cómo no acometer esa empresa donde sólo había que luchar
contra las masas de aguas empujando
hacia el mar y los gnomos que guardan sus riquezas?
Con el
bauprés de sus barcas rompió la virginidad del río, pero a costa de mucha
sangre indígena y de su propia tripulación que al final quedó diezmada por las
flechas de las cuales pudo escapar gracias a que según su creencia estaba
protegido por el cordón de la Orden de Santiago. Pero si no se lo tragó el cráter encendido
del Popocatepetl
ni los pailones del Orinoco, terminó irremisiblemente lanzado en el océano
después de morir repentinamente ¿envenenado? cuando junto con su contrincante
Pedro Ortiz de Matienzo, Justicia Mayor de Cubagua, se dirigía a España a
terminar de dirimir sus diferencias, pues éste lo acusaba de incursionar en
esos predios de su jurisdicción que no pudo resolver la Audiencia de Santo
Domingo.
Exactamente, la capitulación de conquista sólo facultaba a
Diego de Ordaz para explorar y poblar desde el Marañón (Amazonas) hasta
Macarapana (Estado Sucre) en tierra continental, por lo tanto no podía abarcar
Nueva Cádiz (Cubagua) donde abundaban las perlas que Colón había visto
deslumbrar en los brazos de los mancebos primitivos del supuesto Paraíso
Terrenal.
Diego de
Ordaz sepultado en el mar tenebroso no pudo volver a España para reencontrarse
con Castroverde de Campos (Zamora) donde nació hacia 1480. Él que había
acompañó a Alonso de Ojeda en su viaje a Cartagena de Indias (1509), que estuvo
también con Juan de la Cosa, a quien vio morir atravesado por una flecha
envenenada, en fin con Diego Velázquez de Cuéllar en Cuba (1515) y con Hernán
Cortés en México, terminaba su vida de manera tan trágica.
Provisto de la capitulación con la cual
soñaba entrar al Paraíso Terrenal de Colón, había salido de Sanlúcar el 20 de
octubre de 1530, pero ya vemos cuál fue su suerte. De esta temeraria expedición
sólo le quedó el mérito histórico de haber sido el fundador de San Miguel de
Paria (1531) y de ser el primer europeo en remontar el río Orinoco (23 de
junio), llegando hasta la confluencia con el río Meta.
Lo
sustituyó en su afán, Alonso de Herrera, quien si bien es cierto remontó el río
más allá del punto anterior, no pudo, sin embargo, retornar porque a este si es verdad que se lo
tragaron los pailones después de haber sido traspasado por siete flechas ungidas
con curare.
La
tercera expedición a lo largo del río la hizo el segoviano Antonio de
Berrío, al revés, es decir, no desde el
Delta sino desde el Meta, pero en vez de encontrar ónice y oro como
pretendía el Comendador de la orden de Santiago, encontró mala fortuna pues lo
perdió todo, 100 mil pesos en oro que su noble mujer María de Oruña había
heredado de su tío Gonzalo Jiménez de Quesada, el fundador del Reino de
Granada; pero por lo menos le dejó a las tribus de Morequiito una ciudad a la orilla del río, que se conoció con el nombre de
Santo Tomás de Guayana. (AF)
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