Grandes indicios son estos del Paraíso Terrenal,
porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos y sanos teólogos y así
mismo las señales son muy conforme, que yo jamás leí ni oí tanta cantidad de
agua dulce fuese así dentro y vecina con la salada.
Esto escribió el Almirante en la mañana
del 2 de agosto de 1498 cuando asomó a su vista el grandioso río de los uriaparias
que ahora conocemos como Orinoco, suerte de decantación de
los primitivos Uriñoko, Uriñik, Riñoko.
Cavilaba que por el delta del gran río tal vez asomaba
el Paraíso
Terrenal. Él que navegaba desde
hacía seis años, y ésta era la tercera travesía, lo barruntaba, pues en esa
tarea andaba, tratando de encontrar ruta diferente para llegar por el Oriente,
a la tierra que maravilló a Marco Polo; a la tierra del Gran Kan Kalilai. Acaso ¿no lo testificaban las sagradas escrituras? La Sacra Escritura testifica que Nuestro Señor hizo
el Paraíso Terrenal en el Oriente y en él puso el Árbol de la vida.
El Paraíso terrenal o Jardín del Edén, en
los tres primeros capítulos del libro del Génesis, aparece como la primera
residencia de la humanidad donde vivieron Adán y Eva. El Edén se menciona en
otros libros del Antiguo Testamento como lugar de gran fertilidad y el nombre de por sí sigue evocando un lugar
idílico.
Pero geográficamente ¿donde se ubicaba? Aunque los especialistas
contemporáneos tienden a considerar las descripciones bíblicas como
imaginarias, la ubicación geográfica del Edén continúa en discusión. Colón
frente al gran estuario del Orinoco creyó por un momento haber despejado la
gran incógnita.
Muchos
años después de la muerte de Colón, historiadores connotados como el cronista y
jurista hispano del siglo XVII, Antonio León Pinedo, ubicaban en América el
Paraíso Terrenal, tal vez siguiendo las conjeturas colombinas.
Gregorio Gallegos, biógrafo de Colón dice
en el capítulo referente a su tercer viaje que la exploración de la Península de Paria le
hizo pensar que había descubierto el Paraíso Terrenal y que el Orinoco
descendía del mismo Paraíso. Razón tenía
en sentirse maravillado de aquel bellísimo paisaje y la dulzura del clima. Peo
Colón seguía aferrado a la idea de Asia.
Su creencia, como dice Las Casas se basaba en los textos de Pierre
D´Ailly, el Génesis, Tolomeo y Séneca.
Ni siquiera se daba cuenta, como escribiera Morales Padrón “que había
entrado en contacto con nueves culturas;
los indígenas estaban dotados de una mejor civilización que los
antillanos, expresada en grandes canoas con cabina, en tejidos de algodón, en
metalurgia (guamin, mezcla de oro y cobre), flechas envenenadas y en el uso de la chicha”.
El fraile dominico Bartolomé de Las Casas,
escribirá después que al abandonar las costas venezolanas para dirigirse a la Española , el almirante
“vino ya en conocimiento que tierra tan grande no eran islas, sino tierra
firme”. En la fabulosa mente colombina
la incertidumbre le iba acercando cada
vez a la verdad.
Pero lo que más trascendió y llamó la
atención de aquel tercer viaje de Colón fue lo que vieron y comentaron los
tripulantes de las barcas y que el Almirante dejó sentado en su diario de
abordo: “Llegué allí una mañana a hora de
tercia, y por ver esta verdura y esta hermosura acordé surgir y ver esta gente
de los cuales vinieron en canoa a la nao, arrogarme de parte de su rey que
descendiese en tierra. Y cuando vieron
que no curé de ello, vinieron a la nao infinitísimo en canoas, y muchos traían piezas de oro al pescuezo y
algunos atados a los brazos algunas perlas:
holgué mucho cuando las vi, y procuré mucho de saber donde la hallaban, y me dijeron que allí de la parte del Norte de aquella tierra”. (AF)
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