Este indio guayano acompañó a Sir Walter Raleigh hasta
el cadalso y vio cortarle la cabeza.
Uayacundo era su nombre aborigen y Cristóbal el de bautizo con el cual
lo cristianizó el Vicario del Convento
San Francisco antes de recomendarlo a Diego Palomeque de Acuña, Gobernador de
la Provincia de Guayana, cuando lo asimiló como criado. Era un indio puro de
piel broncínea, rápido, intuitivo y movimientos ágiles como todos los de su
estirpe.
Diego
Palomeque de Acuña había llegado el 8 de noviembre de 1615 a tomar posesión de la gobernación de
la Provincia de Guayana, pero un día vinieron seiscientos soldados del
caballero inglés Sir Walter Raleigh en dos navíos y una carabela en busca de la
ciudad que servía de umbral en el camino hacia la misteriosa nación de El Dorado, pero los escasos habitantes de esa ciudad bautizada el 21 de
diciembre de 1595 con el nombre de Santo Tomás de Guayana, le hicieron frente.
El entonces Gobernador Palomeque tan sólo
contaba con medio centenar de hombres para defender la ciudad, además de dos
piezas de artillería y cuatro cañones pedreros.
Con tan menguados recursos el Gobernador resistió heroicamente, hasta
que una bala lo desplomó para siempre en aquella orilla del río, pero he aquí
que del otro bando también murieron varios oficiales, entre ellos, Wat, de 25
años, hijo de Walter Raleigh, quien
había quedado quebrantado de salud en Trinidad.
Sir Walter, quien se había quedado en
Trinidad, se enteró de la noticia al mes siguiente y se violentó tanto haciendo
cargos al Capitán Lorenzo Keymes, jefe de la expedición, que éste, deprimido y
dolido, terminó suicidándose de un pistoletazo a bordo de uno de los barcos de
la flota.
Cristóbal Uayacundo formaba parte del botín
y cruzó por primera vez el Atlántico abordo del buque “Destiny” y quedó
deslumbrado cuando desembarcó en el puerto de Plymouth que durante el siglo XVI
llegó a ser la base de las expediciones de Walter Raleigh y Francis Drake.
Releigh se empeñaba en que Cristóbal
aprendiera el inglés para que le contara lo que se decía de la ciudad dorada,
pero el tiempo no le alcanzó.
Mientras Raleigh anclaba en
Plymouth el 21 de junio de 1618, el
Conde Gondomar, representante español, denunciaba ante el Rey Jacobo Primero la
invasión, saqueo, muerte y quema de Sano Tomás de Guayana y pedía al soberano
condena y reparación de los daños.
En aras de la paz y buenas relaciones con
España, Raleigh fue apresado y conducido de nuevo a las Torres normandas donde
ya había estado antes y se había consagrado como escritor y poeta. De allí como
pudo se fugó, pero pronto fue capturado en las orillas del Támesis. Esta
circunstancia aceleró su castigo y el 29 de octubre de 1618 su cabeza rodó tras
el golpe fatal del hacha del verdugo y
ante los ojos aterrado del indio guayano Cristóbal Uayacundo arrebujado en una
capa y confundido entre la muchedumbre que presenciaba la más cruel y salvaje
de las condenas.
Sir Walter Raleigh tenía 66 años cuando fue
decapitado: “Permítame verla. ¿Crees que
tengo miedo?” dicen que dijo y el verdugo le entregó el hacha cuyo filo
acarició con estas palabras: “He aquí una medicina fuerte pero que vence
todas las enfermedades”.
- ¿Y de qué lado os provoca recostar la
cabeza, Sir?
- Si el corazón está bien puesto nada
importa el lado en que esté colocada - respondió el poeta. El indio bajó la cabeza y camino embutido en
lo que serían sus largas noches de insomnio mientras las hojas del otoño ya
anunciando la proximidad del invierno, formaban un manto lúgubre sobre las
calles húmedas de Londres. (AF)
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